La llave del tiempo: La ciudad infinita

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La llave del tiempo: La ciudad infinita

En La ciudad infinita, el tercer libro de La llave del tiempo que continúa La torre y la isla y La esfera de Medusa, los protagonistas escapan de la tierra y viajan a Marte, pasando por la Luna, gracias a unos piratas intergalácticos al mando de una chica llamada Jade (que parece sacada de las aventuras de Flash Gordon). Amenazados como siempre por Dédalo, esta vez con ayuda del traidor Aedh, llegan a Marte y allí viven en Arendel, la ciudad infinita en la que gobierna la legendaria Diana Scholem. Lógicamente, todos van teniendo más información sobre sus familias, sobre el pasado de la humanidad y sobre las cosas tan extrañas que les pasan.

Las cualidades de esta tercera parte son las mismas de las anteriores: ensamblaje cuidadoso de una historia ramificada, buen uso del lenguaje, poder imaginativo y descripciones claras. Los defectos, también los mismos, van siendo más patentes según avanza la serie: longitud excesiva, reiteraciones descriptivas, expresiones manidas propias de las novelas sentimentales… También pienso que los personajes se dedican en exceso a la interpretación de nuestro mundo actual, algo que lastra el relato pues además los acentos didácticos son a veces muy explícitos.

En ese sentido, dado que «los buenos» del relato son los perseguidos militantes antiglobalización, sorprende oír, en boca de un viejo y ponderado científico, esta interpretación de algo que pasa en nuestros días: entonces «era tan fácil conseguir grabaciones piratas de nuestros músicos favoritos que todos recurríamos a ellas sin pestañear. No nos dábamos cuenta de que con eso estábamos poniendo en peligro la supervivencia de esa música que tanto amábamos. Creíamos que estábamos engañando a las grandes empresas discográficas, que se llevaban unos márgenes de beneficio abusivos…». Y luego continúa: «Cuando las discográficas empezaron a perder dinero por culpa del pirateo, lo que hicieron fue rescindir sus contratos con los músicos que menos vendían, y apostar únicamente por productos seguros, cantantes muy comerciales patrocinados por las distintas cadenas televisivas. Así, los mejores músicos se quedaron sin trabajo, y tuvieron que dedicarse a otras cosas para sobrevivir». Difícil de creer…

Ana Alonso y Javier Pelegrín. La ciudad infinita (2007). Madrid: Anaya, 2007; 526 pp.; col. La llave del tiempo; ISBN: 978-84-667-6524-4.

 

6 noviembre, 2008
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