Después de La ciudad infinita leí (reconozco que demasiado rápido) El jinete de plata, la cuarta entrega de La llave del tiempo. Esta vez casi todo está centrado en la preparación, y luego en la participación, de Martín en los Campeonatos mundiales de Juegos de Arena, que serán la oportunidad de poder entrar en la Ciudad Roja de Ki. Los juegos de Arena son «una desconcertante mezcla de realidad y efectos especiales, un enfrentamiento brutal de nueve personas de carne y hueso sumergidas en un escenario semivirtual donde nada era lo que parecía».
Es de justicia señalar de nuevo que los andamiajes están bien montados y la calidad del lenguaje —cosas que se han de subrayar por contraste con otros productos novelescos más o menos semejantes—, pero también debo indicar que mi atención ha ido decreciendo a lo largo de la serie, por varios motivos. Uno, que la historia es demasiado larga y el argumento demasiado complejo, por lo que requiere un tiempo de lectura que, para mí, es excesivo. Otro, el pensamiento de que si las grandes sagas de ciencia-ficción del pasado se han quedado antiguas con más motivo a esta obra le sucederá lo mismo. Otro más, que con todo el mérito que tiene un ejercicio imaginativo y constructivo tan grande, los personajes no me convencen: todos hablan parecido y con frecuencia sus reacciones emotivas se describen con frases estereotipadas. Además, preferiría más contención y menos solemnidad en algunos comentarios: «El miedo, sea de la clase que sea, es siempre una forma de egoísmo», dice Jade a Martín, y sigue: «da lo mismo que sea miedo al dolor físico o al dolor moral. Es estrechez de miras. Es esclavitud. Es estar encadenado a tu propio reflejo».
De todos modos, conviene separar mis impresiones de las que puedan tener otros lectores, mucho más frescos en sus apreciaciones y mucho más ansiosos que yo de ficciones largas que les entretengan. En relación a esto viene bien recordar el comentario de Chesterton que ya puse, a propósito de otra obra de ciencia-ficción, en Lujo y necesidad: «para muchos lectores una historia nunca es demasiado larga, pues su conclusión es siempre algo lamentable, como el último penique o la última cerilla».
Ana Alonso y Javier Pelegrín. El jinete de plata (2008). Madrid: Anaya, 2008; 573 pp.; col. La llave del tiempo; ISBN: 978-84-667-7685-1.