Walter Tevis (1928-1984), profesor de literatura inglesa y de escritura creativa en la universidad de Ohio durante unos quince años, fue autor de varias novelas muy conocidas por sus adaptaciones al cine o a series de televisión como, por ejemplo, la reciente Gambito de dama. Comprobar el cada vez menor nivel lector de sus alumnos le llevó a preparar Sinsonte, un relato de ciencia-ficción situado en Nueva York el siglo 25, deudor de obras anteriores —como, entre otras, Yo, robot, Un mundo feliz, 1984, Farenheit 451— y, seguramente, inspirador de la excelente Hijos de hombres, de P.D.James.
Sinsonte se desarrolla en un mundo gobernado por robots, donde abundan los suicidios y donde no nacen niños. Sus personajes principales son el inmortal Spofforth, la máquina más perfecta jamás creada, decano de la Universidad de Nueva York, que desea suicidarse pero no puede porque su programación se lo impide; su subordinado Paul Bentley, un profesor experto en películas mudas anteriores a la existencia de la televisión, gracias a cuyos rótulos aprende a leer; una chica, Mary Lou, a la que Bentley encuentra en un zoológico (todo de robots-animales), de la que se enamora y a la que también transmite su pasión por la lectura. Cuando llevan un tiempo viviendo juntos, y han violado por tanto todos los «Principios de Individualismo e Intimidad», Spofforth detiene a Bentley y lo envía a una especie de prisión por el crimen de leer, y se lleva a vivir con él a Mary Lou, que pronto descubre que está embarazada. Más adelante, Bentley logra escapar y unirse a una extraña comunidad con algunos conocimientos cristianos fosilizados y muy confusos.
La novela está bien escrita y bien construida. Su título tiene que ver con una frase que Bentley oyó en una película y que le conmovió sin saber por qué: «solo el sinsonte canta en la linde del bosque». Cada capítulo se centra en uno de los personajes: en tercera persona cuando es Spofforth, en primera cuando son Bentley y Mary Lou —que, cuando aprenden a leer y a usar el Diccionario, comienzan a escribir con la intención de «memorizar» sus vidas y comprenderlas—. La narración podría ser bastante más corta e intensa —algunas premisas y situaciones se aceptarían mejor si hubiera menos descripciones y si se plantearan más sucintamente los temas de fondo—; también cabría discutir la oportunidad o la necesidad de algunos tramos y si no es un lastre que Spofforth y, en general, los robots, acaben siendo seres tragicómicos —las distopías citadas más arriba, las mejores, no caen en lo bromista pues eso resta contundencia y seriedad a las denuncias o advertencias que sus autores desean hacer—.
Con todo, está bien que se pongan los acentos en el descubrimiento del sexo unido al amor —frente al sexo rápido y el uso de drogas habitual alrededor—, en que leer y enseñar a leer es lo más subversivo que se puede hacer —«la enseñanza de la lectura es un crimen», dirá Spofforth—, en el drama de las vidas humanas vacías —hay un momento en el que los protagonistas descubren un poema que no pueden dejar de recitar: Los hombres huecos, de T. S. Eliot—. Pero, puestos a subrayar una idea, tiene fuerza y actualidad la que Bentley formula cuando, al avanzar en su comprensión de la sociedad en la que vive, señala que «nunca desarrollamos un sentido de la historia; todo lo que sabíamos, si nos deteníamos a pensarlo, era que antes de nosotros existían otras personas, y que nosotros somos mejores que ellas. Pero a nadie se le animaba a pensar en algo que no fuera él mismo. “No preguntes, relájate”».
Walter Tevis. Sinsonte (Mockinbird, 1980). Madrid: Impedimenta, 2022; 352 pp.; trad. de Jon Bilbao; ISBN: 978-8418668371. [Vista del libro en amazon.es]