Entre las mejores distopías hay que hacer un hueco a Hijos de hombres, de P. D. James. Se ambienta en Inglaterra, el año 2021, cuando desde hace 25 años los seres humanos son infértiles. Un pequeño grupo de resistentes, que combaten algunas medidas del gobierno, deciden acudir a Theo Faron, antiguo consejero del gobierno y primo de Xan Lyppiatt, actual Guardíán de Inglaterra, para que hable con él. Theo decide hacerlo, aunque no cree en la posibilidad de que haya cambios, porque se siente atraído por la mujer que se lo pide, llamada Julian.
Las cosas se cuentan en tercera persona y algunos capítulos son partes de un diario escrito por Theo. La novela se puede poner como ejemplo, por un lado, de algo típico de las grandes distopías: el amor es lo que lo cambia todo y hace capaz al protagonista de salir de su aislamiento egoísta. Por otro, ejemplifica bien qué pronto lo tecnológico de cualquier relato del género se queda muy atrás, un asunto que, en el caso de P. D. James, no importa mucho: a ella le interesan las cuestiones morales que plantea, tan actuales a la vista del suicidio demográfico de Occidente.
Hay comentarios certeros, como el de que «la historia, que interpreta el pasado para comprender el presente y enfrentar el futuro, es la disciplina más ingrata para una especie en vías de extinción». O la descripción de «los pequeños burócratas de la tiranía, hombres que disfrutan de la mezquina recompensa de poder que les es permitida, que necesitan caminar en el aura de un miedo fabricado, saber que el miedo los precede cuando entran a una habitación, y que flotará como un aroma una vez que hayan salido, pero que no tienen ni el sadismo ni el coraje para la crueldad final. Pero necesitan participar de la acción».
Y, entre los buenos diálogos, uno entre una mujer del grupo rebelde llamada Miriam y Theo:
«Ella sonrió porque había entendido la pregunta.
—¿Si creo en Dios? No, es demasiado tarde para mí. Creo en la fuerza y en el coraje de Julian y en mi propia experiencia. Pero si Él nos ayuda a pasar esto, tal vez entonces cambie de idea, y vea si puedo empezar algo con Él.
—Creo que Él no negocia.
—Sí que lo hace. Puedo no ser religiosa pero conozco la Biblia. Mi madre se encargó de eso. Negociar, seguro que negocia, pero se supone que es justo. Si quiere que le crean debe ofrecer alguna evidencia.
—¿De que existe?
—De que se preocupa».
P. D. James. Hijos de hombres (The Children of Men, 1992). Barcelona: B de bolsillo, 2018; 192 pp.; trad. de Jorge Luis Mustieles; ISBN: 978-8490704387. [Vista del libro en amazon.es]