Quien esté interesado en conocer más cosas de Dickens, los hechos de su vida y las posibles vinculaciones entre ellos y los incidentes que aparecen en sus novelas, puede leer la ordenada biografía escrita tiempo atrás por Peter Ackroyd y que se ha publicado en castellano no hace mucho. Aparte de las cuestiones personales, en ella se tratan con amplitud los pormenores de la confección de sus obras, de sus relaciones con editores e ilustradores, de las aventuras editoriales a las que se lanzó, de sus viajes y sus giras para leer teatralmente algunos tramos de sus obras.
Ackroyd habla de aquellos asuntos en los que Dickens abrió camino: así, con Las aventuras de Pickwick revolucionó la forma de vender y presentar la ficción narrativa, no porque la fórmula fuera desconocida sino por la novedad de escribir un texto original y ponerlo a la venta mensualmente al precio de un chelín; o con Oliver Twist publicó «la primera novela de la literatura inglesa con un niño cómo héroe o protagonista de la intriga». Menciona dos rasgos que, personalmente, me atraen: uno, que la genialidad de Dickens se afianzó en el ambiente de cultura popular que se respiraba en las calles de Londres; otro, que a lo largo de sus novelas presenta niños desvalidos que actúan como revulsivos de nuestra conciencia. Y aunque cita sólo dos veces a Chesterton, una para indicar que, probablemente, sea el mejor crítico de las obras de Dickens, se pueden detectar muchas huellas suyas en las apreciaciones que se hacen.
Peter Ackroyd. Dickens: el observador solitario (Dickens, 1990). Barcelona: Edhasa, 2011; 703 pp.; col. Biografía; trad. de Gregorio Cantera; ISBN: 978-84-350-2800-4.