«Sólo debemos leer para descubrir lo que debemos releer eternamente», dice Nicolás Gómez Dávila, aunque si aplicamos el aforismo no a la eternidad sino a esta vida, lo podemos terminar, más modestamente, con un «para descubrir aquello que compensa releer». Lo he pensado al leer El pábilo vacilante, entradas de Rayos y Truenos entre 2008 y 2011 que, así, en el contrastado formato de libro en papel, supongo que ganarán nuevos lectores pero que, me parece, disfrutarán más quienes las habían leído ya.
A los nuevos lectores que tenga el libro hay que decirles que su autor cumple con creces el primer mandamiento estético que, según dice, le transmitió su madre: el de no aburrir al prójimo. Que sabe, como decía Robert Bresson, convocar la emoción resistiéndose a la emoción y sin dejarse aturdir por ese concepto tan triste de la tristeza que algunos tienen. Que propone y procura «que los puntos de vista no se conviertan en puntos de mira», como se aprecia en el diagnóstico de la crisis económica que figura en Demografía y ecografía. Que no sólo hace comentarios literarios y poéticos luminosos sino que también, a veces, da útiles pistas a los estudiosos del folclore popular como en Nanalogía. Y que no se priva de hacer originales sugerencias educativas para padres con niños pequeños como él mismo: «Viejo lector de cómics, cuando entro en un cuarto con ella en brazos enciendo dando un leve toque con su cabecita en el interruptor. Se hace la luz, y le digo “¿ves?”. (Que se vaya acostumbrando a usar la cabeza para encender las bombillas de las ideas brillantes)».
Y aquí se puede leer una reseña completa.
Enrique García-Máiquez. El pábilo vacilante (2012). Sevilla: Renacimiento, 2012; 253 pp.; ISBN: 978-84-8472-673-9.