La tercera objeción de Sócrates a la escritura tenía que ver con la pérdida de control sobre el lenguaje que significaba la palabra escrita. En realidad, el temor de Sócrates no tenía que ver con el lenguaje escrito como tal sino con que su popularización diera lugar a una comprensión superficial de las cosas. En ese sentido veía la lectura como una nueva versión de la caja de Pandora que, una vez abierta, hace perder el control de lo que se ha escrito, de quién lo lee y de cuántos lectores pueden usarlo e interpretarlo… Esto, sin duda, se parece a la avalancha de información que nos inunda hoy, a la reclamación que se nos hace a todos de que atendamos continua y parcialmente a una multitud de áreas, a la sensación que se nos transmite de que lo sabemos o podemos saberlo todo a golpes de click sobre pantallas en movimiento.
En fin «Sócrates no pudo evitar la difusión de la lectura más de lo que nosotros podemos evitar la adopción de tecnologías cada vez más sofisticadas». Su enemigo, en realidad, «nunca fue de hecho la escritura, algo de lo que bien se percató Platón»: lo que le preocupaba «no era tanto la escritura como lo que podía sucederle al conocimiento si los jóvenes accedían a la información sin orientación ni sentido crítico. Para Sócrates, la búsqueda del verdadero conocimiento no dependía de la información; antes al contrario, tenía que ver con hallar la esencia y el propósito de la existencia. Semejante búsqueda exigía un compromiso de por vida con el desarrollo de las capacidades críticas y analíticas, y con la asimilación del conocimiento personal usando una memoria prodigiosa y con un esfuerzo prolongado».
Maryanne Wolf. Cómo aprendemos a leer: historia y ciencia del cerebro y la lectura (Proust and the Squid, 2007). Barcelona: Ediciones B, 2008; 335 pp.; trad. de Martín Rodríguez-Courel; ISBN: 978-84-666-3835-7. [Vista del libro en amazon.es]