
Según Cyril Connolly, las seis causas interrelacionadas de la mediocridad de la narrativa inglesa en 1936 eran:
—la servil apatía de muchos críticos;
—los autores que se veían obligados a ejercer el periodismo o a producir más libros de la cuenta y no dedicaban a sus libros el adecuado tiempo de gestación;
—la intransigencia de quienes abastecían al público y presionaban a los editores para que publicaran las obras más largas y aburridas de los valores más seguros, una antología si era posible; y si no era posible una antología, una saga, una cabalgata de ciento veinticinco mil palabras;
—la ignorancia de los propios editores, su falta de rigor, su desesperada ambición por publicar un best seller que les costeara la obra maestra con la consiguiente confusión: si el veredicto de la posteridad obsesionaba al escritor popular y el escritor de obras maestras soñaba con Hollywood, el editor mantenía un difícil equilibrio entre una vaga inclinación hacia la buena literatura y el firme deseo de duplicar su capital;
—la imbecilidad de los bibliófilos, que (interesados sólo por la rareza y el estado de conservación del libro, y movidos por ciertas experiencias incompletas de su infancia) se limitaban a echar un vistazo a Howards End o Prufock y corrían en busca de Winnie the Pooh o Beau Geste;
—la bovina indiferencia del público lector, incapaz de desarrollar siquiera la actividad discriminatoria de rumiar.
Nos tranquiliza recordar que esto sucedía en Inglaterra y en 1936. Aquí y ahora hemos avanzado mucho.
Cyril Connolly. Texto tomado, algo recortado y modificado, de «Críticos» (1936), en Obra selecta. Barcelona: Lumen, 2005; pp.; col. Ensayo; trad. de Miguel Aguilar, Mauricio Bach y Jordi Fibla; ISBN: 84-264-1520-2.