La guerra no tiene rostro de mujer es el primer libro que publicó Svetlana Alexiévich y fue el resultado de sus conversaciones con cientos de mujeres de la URSS que participaron en la segunda Guerra Mundial. En la edición publicada en 2013 añadió pasajes que había quitado en la edición primera, bien por indicación de la censura, bien porque prefirió retirarlos ella misma.
Es un libro del que surge una visión desconocida de la guerra. Primero porque las mujeres desempeñaron todo tipo de ocupaciones. Una de sus entrevistadas, igual que otras, recuerda que se presentó voluntaria porque «así es como nos habían educado, nada debía ocurrir en nuestro país sin que nosotros fuéramos partícipes. Nos enseñaron a amar a nuestro país. Admirarlo. Si había empezado la guerra, nuestro deber era ayudar. Si hacían falta enfermeras, debíamos aprender a ser enfermeras. Si hacía falta manejar cañones antiaéreos, debíamos aprender a manejarlos».
El panorama de la guerra resulta también diferente al que se suele mostrar porque los recuerdos y el modo de recordar de las mujeres son distintos a los de los hombres. «La guerra femenina tiene sus colores, sus olores, su iluminación y su espacio. Tiene sus propias palabras. En esta guerra no hay héroes ni hazañas increíbles, tan solo hay seres humanos involucrados en una tarea inhumana. En esta guerra no solo sufren las personas, sino la tierra, los pájaros, los árboles. Todos los que habitan este planeta junto a nosotros. Y sufren en silencio, lo cual es aún más terrible».
Hay momentos en los que, afirma la autora, siguiendo la pista «del espíritu humano allí donde el sufrimiento transforma al hombre pequeño en un gran hombre», se deja de ver «el proletariado mudo de la Historia, que desaparece sin dejar huella», y se ve su alma. Como en el testimonio de una sargento, servidora de una pieza antiaérea, que dice: «Me fui al frente siendo una materialista consciente. Una atea. Me fui siendo una buena alumna de la escuela soviética. Y allí… Allí empecé a rezar… Antes de cada combate rezaba mis propias oraciones. Eran palabras sencillas… Mis propias palabras… Siempre decía lo mismo: rezaba por volver con mis padres. No me sabía las oraciones de verdad y no me había leído la Biblia. Nadie me vio rezar. Lo hacía a escondidas. Con mucha precaución. Porque… entonces éramos distintos, la gente entonces era diferente».
Son interesantes, como siempre, las observaciones de la escritora en relación a su trabajo. Así es como lo describe: «No escribo sobre la guerra, sino sobre el ser humano en la guerra. No escribo la historia de la guerra, sino la historia de los sentimientos. Soy historiadora del alma». Acierta cuando señala que tal cosa tiene una gran dificultad adicional, la de «que hablamos del pasado con el lenguaje de hoy. ¿Cómo se podrán transmitir los sentimientos de entonces?». Uno de sus objetivos lo presenta del siguiente modo: «Quiero discernir en esa persona al ser humano eterno. La vibración de la eternidad. Lo que en él hay de inmutable». Para eso, afirma, no atiende a los grandes hombres sino «al pequeño gran hombre. Ultrajado, pisoteado, humillado, aquel que dejó atrás los campos de Stalin y las traiciones, y salió ganador».
En otro momento dice: «Yo me convierto en un testigo. Un testigo de lo que la gente recuerda, de cómo recuerda, de lo que quiere comentar y de lo que prefiere olvidar, encerrar en el rincón más lejano de su memoria. (…) De cómo estas mujeres se desesperan buscando las palabras adecuadas, deseando reconstruir lo desaparecido, con la ilusión de que la distancia en el tiempo les ayudará a hallar el sentido completo de los hechos que vivieron. Ver y comprender lo que entonces no pudieron ni ver ni comprender. Observan y se reencuentran. Muchas veces se han convertido en dos personas: esta y aquella, la joven y la vieja. La persona en la guerra y la persona después de la guerra. Mucho después de la guerra. Me persigue la sensación de que oigo dos voces a la vez».
Svetlana Alexiévich. La guerra no tiene rostro de mujer (U voiný ne zhénskoe litsó, 1985). Barcelona: Debolsillo, 2017; 368 pp.; col. Ensayo-Crónica; trad. de Yulia Dovrovolskaia y Zahara García González; ISBN: 978-8466338844. [Vista del libro en amazon.es]