Se ha publicado hace pocos meses una nueva edición de Los cañones de agosto. Treinta y un días de 1914 que cambiaron la faz del mundo, de Barbara W. Tuchman. Es una extraordinaria narración del primer mes de la primera Guerra Mundial, amena, clara, ordenada y documentada. Como no leí el libro con una intención crítica sino dejándome llevar, sólo tomé nota de una ocasión en la que, se ve que a la busca del colorido periodístico, la autora sobreinterpreta un dato: en los momentos previos a la declaración de guerra dice que «si el káiser se hubiese limitado a leer The Golden Age, el libro de Kenneth Grahame sobre la infancia inglesa en un mundo de fríos adultos, que guardaba en la mesilla de noche en su yate, es posible que no hubiera habido ninguna guerra mundial». Lo malo, continúa, es que leyó también otros libros… Mi confianza en el poder de la literatura infantil es grande pero no tanto, la verdad.
Dicho esto, da idea de la mente de la escritora, primero, su comentario del prólogo acerca de que compuso su libro procurando «evitar las atribuciones espontáneas y también el estilo “debió de” de los relatos históricos: “Al contemplar como la costa de Francia desaparecía a la luz del sol que se ponía, Napoleón debió de pensar en las largas…”». Y, después, su observación final donde señala cómo, a través de una mezcolanza de informaciones y documentos, «el historiador busca su camino, tratando de descubrir la verdad de los acontecimientos pasados y averiguar “lo que ocurrió realmente”», para encontrar entonces que esa verdad de los acontecimientos está «compuesta de una serie de fragmentos vistos, experimentados y anotados por diferentes personas».
Barbara W. Tuchman. Los cañones de agosto. Treinta y un días de 1914 que cambiaron la faz del mundo (The Guns of August, 1962). Barcelona: Península, 2004; 591 pp.; col. Atalaya; trad. de Víctor Scholz; prefacio de Robert K. Massie; 84-8307-644-6. Nueva edición en Barcelona: RBA, 2012; 591 pp.; Temas de Actualidad, serie Historia Universal; 978-84-9006-162-6.