La tragedia griega, de Jacqueline de Romilly, es una magnífica obra de síntesis que hace comprender sus rasgos propios y las aportaciones sucesivas de Esquilo, Sófocles y Eurípides.
En ella dice su autora que muchas obras modernas «se fundan en la amargura y el desaliento. Denuncian. Desesperan. Y por eso la diferencia con la tragedia se muestra claramente. Porque la tragedia vive de la acción e implica heroísmo. Construida alrededor de un acto que hay que llevar a cabo, la tragedia implica una afirmación del hombre. La palabra “drama” quiere decir acción. Porque, en la tragedia, se lucha. Se intenta obrar bien. Y todo lo que se hace, tanto para bien como para mal, se revela especialmente grávido de consecuencias».
La fe que la tragedia griega tiene en el hombre, continúa, «explica que, en todo tiempo, las desgracias representadas en la tragedia aparezcan ahí bajo una cierta luz que redime su horror o su amargura. El ejemplo de Antígona es su prueba resplandeciente, porque, si contempláramos la obra de Sófocles, nadie se quedaría jamás en el aspecto desolador de la obra: guardaríamos más bien en el corazón la admiración por la heroína. Y en todos los momentos de la historia hubo hombres que encontraron en ella estímulo y aliento».
Jacqueline de Romilly. La tragedia griega (La tragédie grecque, 1970). Madrid: Gredos, 2011; 192 pp.; col. Biblioteca de estudios clásicos; trad. de Jordi Terré; ISBN: 978-84-249-2152-1. [Vista del libro en amazon.es]