El caballo de cartón, de Abel Hernández, es una más que buena narración de memorias de niñez. El narrador, que visita su pueblo de Sarnago, Soria, hoy deshabitado, encuentra un viejo caballo de cartón que le regalaron en la infancia. Con ese motivo evoca los sucesos que ocurrieron entonces, el año 1948, cuando tenía once años y un incidente que pudo ser trágico puso fin a su vida en el pueblo.
Aunque los sucesos del final tienen verdadera tensión, lo que importa en este libro es, por un lado, lo que tiene de retrato veraz de unas gentes, una época y un ambiente. Por otro, también es todo un acierto lo bien que refleja el mundo de inquietudes y preguntas de los niños, aunque sobre ellas siempre se superpongan las incertidumbres del narrador adulto y su espíritu de balance agradecido y nostálgico.
Otro motivo no pequeño para destacar este libro es la enorme riqueza y frescura del lenguaje: las descripciones son precisas y es certero el uso de palabras rurales antiguas, de las que además se ofrece un glosario al final. Un ejemplo: «Esa tarde del domingo volvió a enfurruñarse el tiempo y vinieron unos algarazos, que se quedaron en amarguras y en chupones, por la mañana, en el alero de los tejados». [Algarazo: breve nevada fina con viento. Amarguras: breves algarazos con mucho frío. Chupón: carámbano].
Abel Hernández. El caballo de cartón (2010). Madrid: Gadir, 2009; 185 pp.; ilust. de Cristina Ortiz; ISBN-13: 978-84-96974-28-9. [Vista del libro en amazon.es]