La Grecia antigua contra la violencia (y 2)

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Otra de las jugosas reflexiones que figuran en La Grecia antigua contra la violencia, de Jacqueline de Romilly, es la de que la Grecia clásica fue «el pueblo de las leyes no escritas». En sus obras literarias, dice la escritora francesa, se nos enseña a «superar el marco de la ciudad y de las leyes escritas para descubrir estas reglas mucho más generales: se nos muestra un nuevo horizonte. [Encontramos esas reglas en Jenofonte; en Las suplicantes, de Eurípides; y] conocemos el importante lugar que ocupan en la obra de Sófocles, ya sea en Antígona, ya en Edipo rey». En esas obras vemos que «se les da un valor sagrado diciendo que se asientan en la proximidad de los dioses y que nadie sabe cuándo aparecieron: son imperecederas. (…) Aparecen siempre que se trata de un deber de humanidad hacia víctimas que podrían estar protegidas por los dioses: suplicantes refugiados en un santuario, hombres que se rinden en el combate, personas investidas por la función de embajador y, sobre todo, gente deseosa de enterrar a sus muertos. Son la regla que surge en un mundo sin reglas, en plena guerra, que repudia algunas violencias y las condena apasionadamente. Desde luego, estas reglas han sido frecuentemente violadas. Y casi nos congratularíamos de ello, porque esas violaciones fueron la oportunidad para que aparecieran esos textos elocuentes, destinados a recordar su existencia y a defenderlas. Definen un deber de humanidad y una solidaridad humana».

Jacqueline de Romilly. La Grecia antigua contra la violencia (La Grèce Antique contre la violence, 2000). Madrid: Gredos, 2010; 153 pp.; trad. de Jordi Terré; ISBN: 978-84-249-0633-7.

 

14 noviembre, 2010
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