Al igual que All Things Considered, Charlas fue una colección de artículos que, sobre cuestiones muy diferentes entre sí, Chesterton había publicado en el Illustrated London News.
Entre los que tratan sobre cuestiones literarias, los hay sobre Byron, Stevenson, y Hardy, a los que había dedicado comentarios en libros anteriores. También está el famoso «Sobre novelas policiales» (recogido en Correr tras el propio sombrero), donde da una clara explicación de qué funciona y qué no en una obra del género. Y uno, menos conocido pero igualmente brillante, es «Sobre arqueología», donde, indirectamente, apunta por qué las novelas futuristas son pesimistas y con frecuencia no llegan al lector o, al revés, por qué las mejores novelas tratan del pasado: «en la historia abundan los ejemplos de libertad de acción y de profecías frustradas. El futuro sólo puede consistir en cosas esperadas; sólo el pasado consiste en cosas que fueron enteramente inesperadas. (…) No podemos predecir cosas nuevas, porque por hipótesis sólo podemos calcularlas lógicamente basándonos en cosas antiguas. Podemos sostenernos en el presente y proyectar lo que ocurrirá en el futuro; pero no podemos basarnos en el futuro para planear algo nuevo que ocurrirá en un futuro aún más remoto. Podemos conjeturar algunas obras de una generación venidera; pero no podemos compartir ninguna de sus sorpresas. Podemos conocer algo acerca de la herencia de nuestros nietos, pero nada sobre sus ganancias inesperadas o de sus aventuras más salvajes. Si deseamos ganancias inesperadas y aventuras salvajes, debemos considerar las líneas de conducta de nuestros abuelos y no de nuestros nietos. Si deseamos las emociones más salvajes con emociones y sorpresas, sólo podemos encontrarlas en las piedras desmoronadas y en los tapices descoloridos, en el museo de antigüedades o en las ciudades de los muertos».
Como es lógico, a estas alturas de la vida de Chesterton, hay artículos que con facilidad se pueden remitir a otros textos.
Así, una idea extensamente desarrollada en El hombre eterno se vuelve a tocar aquí en «Sobre la influencia egipcia», donde se felicita del interés que se había despertado en su tiempo por la historia egipcia, pues puede servir a muchos para descubrir que aquellas personas muertas fueron personas que realmente vivieron «y no sencillamente nuestros propios egos ya muertos», y donde recuerda que «lo que hizo el cristianismo fue combinar (…) una adoración pública que pudiera creerse y un convencimiento particular que pudiera compartirse. Admitió las supersticiones populares muy benévolamente pero las agrupó alrededor de algo que también podía admitirse seriamente. Enseñó un credo que era más que un culto y que también fue una cultura».
Si en «El sentimentalista», de Alarmas y Digresiones, se quejaba de que los imperialistas quieren «tener el esplendor del éxito sin sus peligros» y extender el cuerpo de Europa pero no su alma, aquí, en «Sobre Europa y Asia» habla de que puede haber misioneros desagradables y comerciantes amables pero, en general, a todo el mundo le parecen mejor los misioneros que los comerciantes, y donde se lamenta de que desde Occidente se haya extendido la vulgaridad y desde Asia haya llegado a Occidente un espíritu pesimista: ninguno de los continentes ha dado al otro lo mejor que posee.
Con «En el mundo al revés», de Enormes minucias, podemos unir «En beneficio del golf», donde vuelve a señalar la inversión, que a nuestro alrededor se da con frecuencia, de considerar el medio como si fuera el fin que se persigue, a veces debido a que se pretende rehacer el mundo para adaptarlo a lo que nos muestran el teatro o el cine: «Una equivocación muy frecuente consiste en considerar como fin absoluto las condiciones de vida modernas y en seguida tratar de adaptar las necesidades humanas a ese fin, como si éstas sólo fueran un medio. Así, por ejemplo, se dice: “la vida de hogar no se presta para la vida de negocios de los tiempos actuales”. Lo cual es lo mismo que si se dijera: “Las cabezas no se adaptan a la clase de sombreros que están ahora de moda”. Por consiguiente se podrían cortar las cabezas de la gente para hacer frente al déficit o pérdidas del llamado Problema del Sombrero».
Pero hay más artículos con los que Chesterton intenta señalar con qué falta de rigor alteramos los términos de un razonamiento, igual que los hay para mostrar que a veces no aplicamos a todas las cosas el mismo razonamiento, e incluso por qué a veces nuestros pensamientos no son ni siquiera razonamientos.
Por ejemplo, en «Sobre los conceptos falsos» explica con qué facilidad muchas personas invierten los términos: «No ven que la digestión existe para mantener la salud, y la salud para mantener la vida, y la vida existe para amar la música y las cosas bellas. Ellos dan vueltas a las cosas y dicen que el gusto por la música es bueno para provocar el proceso de la digestión. En efecto, verdaderamente no tienen idea de para qué es bueno, en resumidas cuentas, el proceso de la digestión. Creo que fue un filósofo de la Edad Media quien dijo que el mal proviene de disfrutar de lo que debiéramos usar, y de usar lo que debiéramos disfrutar».
En «Acerca de las nuevas ideas» desarrolla la tesis de quienes afirman que no desean imponer ninguna religión a su hijo ignorando que siempre están influyendo en su hijo y que ninguna persona adulta puede escaparse a la responsabilidad de influir sobre los niños; es decir, señala que es un argumento que los que lo aplican a la religión no piensan en aplicarlo a otra realidades distintas de la religión.
En «Sobre una negación» primero apunta que un materialista es siempre un místico y con frecuencia es, además, un mistagogo: «es un místico porque se ocupa enteramente de misterios, de cosas que nuestra razón no puede describir (…) Y es un mistagogo porque, en ocasiones, oculta, en realidad, que esos misterios son supercherías». Y luego habla de esos planteamientos popularizados de la ciencia, como el de que la vida surgió de la nada, un modo de razonar parecido a «explicar el paseo visible de un fantasma en un cementerio diciendo que debe haber venido del cementerio de otra ciudad», y de esas frases rítmicas tipo que la vida es la vida, y los huevos son los huevos, «que tienen algo de la belleza del canto y de la danza y de la obra decorativa, pero con ellas no se va muy lejos en materia de argumentos».
G. K. Chesterton. Charlas (Generally Speaking, 1928). En Obras completas, Barcelona: Plaza & Janés, 1967; de la p. 1091 a la p. 1283, de 1676 pp.; trad. de José Luis de Izquierdo.