Muchos relatos israelíes me atrajeron en el pasado, aunque les viera defectos, porque presentaban personajes singulares a los que valía la pena conocer. Lo mismo me ha sucedido con Wasserman: historia de un perro, de Yoram Kaniuk.
Talia, una chica de catorce años, cuenta su encuentro con un perro muy malherido al que decide llamar Wasserman y cómo, con ayuda de sus padres, del doctor Steiner y de su amigo Guidi, logra recuperarlo. Más adelante descubre que Wasserman canta cuando escucha música: esto le hace famoso pero también atrae a su antiguo propietario.
Sobre todo al principio, el relato es artificial porque alarga descripciones y situaciones como queriendo literaturizarlo todo. También, el modo en el que Talia trata y recoge al perro maltratado, si por un lado se presenta como admirable por lo que refleja de su amor a los animales y de su tozudez, por otro es de juzgado de guardia para los adultos que la rodean y se lo permiten. Luego, el amor del doctor Steiner a los animales es irracional: «Para mí los perros son seres como los humanos». Además, el escritor pone en boca de Talia comentarios más bien de adultos como este: «A padres y maestros les queda mucho por aprender de nosotros»; y le hace afirmar cosas como que «la arrogancia es lo contrario de la soberbia» (lo contrario, lo contrario…, no).
Pero la historia engancha, no sólo porque acabamos teniendo interés en qué pasará con Wasserman, sino porque los personajes son atractivos y consistentes, desde Talia y sus padres a otros más secundarios como la vecina viuda que se alimenta de las desdichas de los demás o el bondadoso doctor Steiner. Después, el modo que Talia tiene de ver a quienes le rodean, una mezcla de aspereza y ternura, de objetividad y compasión, es sobresaliente. Así, cuando habla de su madre dice: «Me encanta la vitalidad de pantera de mamá en los momentos de crisis. (…) En periodos de crisis, mamá se olvida de sus compulsivos dolores de cabeza y de sus miedos y se comporta como una líder de la nación». Y su personalidad fuerte, nada complaciente con el borreguismo ambiental, se ve aquí: «Me ponía furiosa el uso exagerado y ultrajante de la palabra amor. Le dije a mamá que cuando yo amara sería para toda la vida, y cuando besara sería para siempre, y ella me miró con inquietud. He visto suficientes películas y he leído suficientes libros para saber que uno acaba por acomodarse, pero yo no lo haré».
Yoram Kaniuk. Wasserman, historia de un perro (Wasserman, 1994). Madrid: Siruela, 2008; 182 pp.; col. Las tres edades; trad. de Roser Lluch i Oma; ISBN: 978-84-9841-175-1.