La biografía que Chesterton dedicó a Robert Browning, su primer libro importante, fue un encargo de un editor a quien le habían gustado los poemas y ensayos que había publicado antes. Fue recibida con elogios por la prensa y por los críticos, que apreciaron en ella una voz propia que habría que tomar en serio en adelante, por los conocimientos literarios que demostraba y por el atrevimiento de sus enfoques. Leída hoy, es un modo de comprender al mismo Chesterton: en su Autobiografía dijo que con este libro expuso muchos puntos de vista suyos sobre la libertad, la poesía, el optimismo, la esperanza, etc. Además, algunas cualidades que Chesterton atribuye a Browning se parecen sospechosamente a las suyas: memoria como la biblioteca del British Museum, un don particular para detectar la poesía de las historias policiacas, etc.
Al comienzo de su obra, Chesterton hará la observación, que luego desarrollará más en su biografía de Chaucer, de que un biógrafo es como un detective que busca descubrir la verdad. Así, dice que Browning parecía pedante pero en realidad no lo era y siempre fue una persona natural: no era oscuro «a causa de «su orgullo, sino a causa de su humildad. No era ininteligible porque sus pensamientos fueran vagos, sino porque eran obvios para él»; y lo explica así: «El hombre intelectualmente engreído no se hace a sí mismo incomprensible, porque está tan enormemente impresionado por la diferencia que existe entre la inteligencia de sus lectores y la suya, que les habla con esmerada repetición y lucidez».
En lo que se refiere a la obra de Browning, además de detallar sus logros y fracasos en los poemas que escribió, subraya su afán de probar siempre lo más difícil, de intentar las métricas más raras para llegar a dominarlas. A Browning «le importó la forma más que a ningún otro poeta inglés le importó jamás. Siempre estaba tejiendo, modelando e inventando formas nuevas. Entre todos sus poemas, de doscientos a trescientos, apenas sería una exageración decir que la diversidad de métricas asciende a la mitad de los poemas». Así como hay otros grandes poetas que se sentían «satisfechos de usar formas viejas, mientras tuviesen la seguridad de que sus ideas eran nuevas», Browning no: «en cuanto tenía una idea nueva, trataba de construir una nueva forma para expresarla». Y es que Browning, dice Chesterton, amaba su trabajo y sus herramientas mucho más que la recompensa que obtenía del trabajo; era una persona interesada en el arte como algo vivo: deseaba saber cómo están hechas las cosas y, por eso, hablaba mucho con los artistas del oficio de artista pues pensaba que «hay ciertas cosas que sabe un pintor de quinta categoría y que no sabe un crítico de primera categoría».
Pero la finura en el análisis de Chesterton no está sólo en colocar a su biografiado en su marco histórico y en las acertadas comparaciones con otros autores que presenta: también se nota en las observaciones en que matiza con cuidado qué críticas tienen lógica y cuáles no. Así, dice: «Un hombre publica una serie de poemas vigorosos, sorprendentes y únicos. Los críticos los leen, y deciden que ha fracasado como poeta, pero que es un filósofo notable y un lógico. Luego proceden a examinar su filosofía y muestran que no es filosófica, y examinan su lógica y muestran con gran triunfo que es ilógica, pero “transcendental e inepta”. En otras palabras, primero se denuncia a Browning por ser un lógico y no un poeta, y luego se le denuncia por insistir en ser un poeta cuando se ha decidido que ha de ser un lógico». O bien, como se dice que Browning es, a veces, grosero en sus obras, Chesterton aclara que tal grosería «siempre la emplea para expresar cierta furia saludable y cierto desprecio hacia las cosas enfermizas, egoístas o indignas. El poeta parece tener la impresión de que hay algunas cosas de las que sólo puede hablarse con palabras de muladar»; y continúa: «Browning siente, y tal vez en cierto modo justamente, que lo mejor que podemos hacer con un sentimiento esencialmente bajo es despojarlo de sus afectaciones y declararlo con bajeza, y que el barro de Chaucer es mejor que el veneno de Sterne».
Chesterton explica que la concepción de Browning del universo puede expresarse a partir de la fábula de los cinco ciegos que fueron a visitar a un elefante, y uno piensa que toca un árbol, otro que toca una serpiente, otro una pared, y el que toca la cola una cuerda, y que toca el colmillo una especie de sable… Mientras «para el artista impresionista de hoy no somos ciegos que andan tientas en torno a un elefante sino maniáticos aislados en celdas separadas y soñando con árboles y serpientes sin razón y sin resultado» Browning creía que el elefante es un elefante y allí estaba sin lugar a dudas. Este modo de ver la realidad se complementa, en el caso de Browning, y en el de Chesterton, con el optimismo vital de quien sabe que «la existencia es una cosa buena que —como la digestión— a veces anda mal».
En el texto abundan ese tipo de frases características de Chesterton por lo gráficas y por lo contundentes, como cuando habla de Browning como de un hombre «belicosamente orgulloso de sus amigos», un hombre con «lujuria de lealtad». Eso sí, cuando aplica su entusiasmo a mundos que no conoce tan bien como el inglés puede resbalar un poco, como se aprecia en los elogios exagerados a Garibaldi, Mazzini o Cavour.
G. K. Chesterton. Robert Browning (1903). En Obras completas, volumen IV. Barcelona: Plaza & Janés, 1962; de la p. 7 a la 183 de 1261 pp.; trad. de Simón Santainés. Nueva edición en Sevilla: Espuela de plata, 2010; 232 pp.; col. Clásicos y modernos; trad. de Vicente Corbí; ISBN 13: 978-84-96956-54-4. [Vista del libro en amazon.es]