Compota de manzana, de Klaas Verplancke, trata de la relación entre un padre y su hijo, como el álbum citado ayer, Mi papá, pero con otro registro y un argumento parecido al de El hilo de Ariadna (un relato más sutil). La narración, tanto con las palabras como con las imágenes, se presenta desde la perspectiva del niño, ya desde la página de presentación: «A mi papá me lo regalaron. Estaba allí cuando nací, y todavía lo tengo». A continuación vemos a un padre que, normalmente, es cariñoso, pero que, a veces, se enfada y se transforma en un papá tormentoso.
Las figuras angulosas y alargadas de los personajes se transforman, según los estados de ánimo del padre y según como el niño lo ve (habría que pensar en cómo el padre ve al niño también: conviene no perder de vista que un relato nunca lo cuenta todo; esto es algo útil a la hora de las lecturas compartidas). La compota de manzana representa, para el niño, la vida ordinaria y amable habitual antes de deteriorarse y después de recomponerse. Me gusta la historia pero creo que, tal como está, es más para lectores adultos, igual que otra que comentaré mañana y que trata sobre lo mismo.
Klaas Verplancke. Compota de manzana (Appelmoes, 2010). Barcelona: Ekaré, 2012; 30 pp.; trad. de D.R. y D.B.; ISBN: 978-84-939138-1-6.