Pequeño país, de Gaël Faye, es el primer y premiado libro de su autor, un conocido cantante de rap en Francia. La narración tiene claros acentos autobiográficos pues, igual que su protagonista, también Faye, de padre francés y madre ruandesa tutsi, se tuvo que marchar a Francia desde Burundi, país en el que nació y en el que vivía, cuando tenía 13 años. El relato cuenta la vida de Gabriel, o Gaby, a principios de los años noventa, los previos a marcharse a Francia: habla de sus padres, de sus amigos, de cómo la violencia crece a su alrededor y de cómo hay momentos en los que se ve obligado a participar. Está todo bien contado, con contención y como con la intención de hacer preguntarse al lector qué haría él si estuviera en el lugar del protagonista.
La narración conduce a los momentos de máxima violencia en la vecina Ruanda, el año 94, y los efectos devastadores, en la familia de su madre, de las matanzas que hubo allí. En esa dirección el relato puede leerse, por un lado, como una narración más bien testimonial o periodística que hace pensar. Tiene otras lecturas, sobre todo la presentación de la vida cotidiana en Burundi, que son las propias de una novela de maduración —de un chico con problemas familiares que se siente desarraigado y que tiene fuertes sentimientos de culpa también—, de una novela de vida cotidiana de quien observa el mundo de alrededor —y que, al contar las cosas años después, es capaz de describir bien las peculiaridades de la gente que trató y los ambientes en los que se movió—.
En esta última dirección, hay descripciones de valor universal como esta: «El bar era la mayor institución de Burundi. El ágora del pueblo. La radio de la calle. El pulso de la nación. Cada barrio, cada calle, contaba con aquellas pequeñas cabañas sin luces en las que, al amparo de la oscuridad, uno iba a tomarse una cerveza tibia sentado inconfortablemente en una caja o un taburete, a pocos centímetros del suelo. (…) En aquel pequeño país donde todo el mundo se conocía, solo el bar permitía hablar con libertad y poder estar en paz con uno mismo. Allí había la misma libertad que en una cabina electoral. Y para un pueblo que nunca había votado, poder hablar tenía su importancia».
Con todo, por momentos predominan los aspectos del relato que podríamos llamar «lecciones para europeos»: «Vivíamos sobre el eje de la gran falla, en el mismísimo lugar donde África se fractura. Las gentes de esa región eran como esa tierra. Bajo la calma aparente, detrás de una fachada de sonrisas y grandes discursos de optimismo, fuerzas subterráneas, oscuras, trabajaban de continuo, fomentando proyectos de violencia y destrucción que se manifestaban en periodos sucesivos, como las ráfagas de viento: 1965, 1972, 1988. Un espectro lúgubre se colaba con regularidad para recordarles a todos que la paz no es más que un corto intervalo entre dos guerras. Esa lava venenosa, esa marea espesa de sangre estaba de nuevo lista para salir a la superficie». Está tal vez de más, pero tampoco viene mal, recordar nuestra historia para pensar que la lava venenosa oculta también la tenemos entre nosotros.
Gaël Faye. Pequeño país (Petit pays, 2016). Barcelona: Salamandra, 2018; 219 pp.; trad. de José Manuel Fajardo; ISBN: 978-84-9838-835-0. [Vista del libro en amazon.es]