Después de mi buena experiencia con Cicerón, leí Virgilio o el segundo nacimiento de Roma, también de Pierre Grimal.
El autor afirma que los romanos, gracias a Virgilio, tomaron conciencia de su sitio en el mundo y «de la misión que les había confiado la Providencia». Esta la resume así con las últimas palabras de Anquises: «Otros, dice, serán más hábiles en dar forma al bronce, en hacer salir del mármol rostros vivientes, en defender mejor las causas, en seguir sobre una esfera los movimientos del cielo, “tú, romano, piensa que tu destino es conducir a los pueblos bajo tu poder, esas serán tus artes; imponer la costumbre de la paz, perdonar a los sometidos y abatir a los soberbios” (VI, 851-853). Virgilio ha dado, en esos tres versos célebres, la fórmula del Imperio, tal como Augusto acaba de fundarlo de nuevo: el imperialismo de Roma no consiste, como en tiempo de Verres, en saquear a las personas, sino en establecer una ley que asegure la justicia y el derecho».
Concluye Grimal que Virgilio es uno de los personajes a los que Roma «les debe haber durado muchos siglos y, en espíritu, sobrevivido hasta nosotros». Afirma que sus «tres grandes poemas, las Bucólicas, las Geórgicas y la Eneida forman un conjunto semejante a uno de esos monumentos que se construían entonces, inmenso, equilibrado y estructurado de tal suerte que no se le puede sacar ni agregar ninguna piedra. Monumento ejemplar, capaz de actuar sobre los espíritus y, tal vez, de exorcizar las fuerzas malignas que continúan manifestándose en el Estado».
Pierre Grimal. Virgilio o el segundo nacimiento de Roma (Virgile ou La seconde naissance de Rome, 1985). Madrid: Gredos, 2011; 227 pp.; col. Biblioteca de estudios clásicos; trad., prólogo y notas de Hugo Francisco Bauzá; ISBN: 978-84-249-2150-7.