La piedra lunar (1)

Intriga policiaca (siglo XIX y principios siglo XX)18 años: lectores expertos | Intriga policiaca (siglo XIX y principios siglo XX) | Narrativa: Intriga y misterio
 
La piedra lunar (1)

En su momento puse una nota titulada ¿La primera novela poliaciaca?, sobre La piedra lunar, otra novela de Wilkie Collins que acabo de releer. Los comentarios que allí hace P. D. James hablan de su importancia para el desarrollo de la novela policiaca posterior —en la voz inglesa de la novela, en Wikipedia, figuran con detalle los elementos que aparecen en la obra de Collins y que han llegado a ser típicos del género—; de que creó, con el sargento Cuff, uno de los primeros inspectores-detectives —recordemos que el primero había sido Buckett, en Casa Desolada—; el rasgo del juego limpio —que también vemos en La dama de blanco— de no darle al investigador más información que al lector; el talento de Collins para describir mentalidades y ambientes, etc.

Para quien no lo conozca, un resumen del misterio que se trata de resolver es este: un coronel británico roba un misterioso diamante durante una acción bélica en la India; ese diamante, sagrado para unos misteriosos brahmanes dispuestos a recuperarlo como sea, acaba llegando a su sobrina-nieta Rachel Verinder el día de su cumpleaños; esa noche, sin embargo, el diamante desaparece; el primo y novio de Rachel, Francis Blake, manda venir a un conocido detective, el sargento Cuff, para que investigue, pero debido a que Rachel decide no hablar, no logra terminar el caso. Después, Rachel corta toda relación con Francis Blake, que se marcha al extrajero. Pero, más adelante, debido a una sucesión de acontecimientos, el caso se reabre: Francis vuelve a tomar las riendas y llama de nuevo a Cuff. Cumplirá un papel importante un misterioso médico, consumidor de opio, que propondrá un curioso método para comprobar una teoría y resolver el caso (un elemento que, cuando la novela se publicó, causó polémica, y que, desde un punto detectivesco, es lo más endeble del relato).

Igual que hizo en La dama de blanco, Collins también aquí cuenta la historia, cronológicamente, por medio de narraciones a cargo de los principales personajes, y cada uno sólo habla de aquello que vivió en primera persona. Pero, esta vez, hay dos personajes-narradores con una voz propia memorable: Miss Clack, una pariente de los Verinder obsesivamente interesada en difundir sus ideas religiosas, y, sobre todo, el mayordomo Gabriel Betteredge, que ocupa la primera mitad del libro.

Entre los comentarios de Betteredge —igual que hacían personajes de otro tipo en La dama de blanco— figuran muchos de crítica social hechos como quien no quiere la cosa. Por ejemplo: «Las gentes mundanas pueden permitirse todos los lujos… entre otros, el de dar rienda suelta a sus propios sentimientos. Los pobres no disfrutan de tal privilegio. La necesidad, que no cuenta para los ricos, se muestra inflexible hacia nosotros. La vida nos enseña a ocultar nuestros sentimientos y a proseguir con nuestro trabajo, en la forma más paciente posible. No me quejo de ello…, simplemente lo hago notar».

También indican su mentalidad las referencias hacia las mujeres que le rodean, «la otra mitad más débil del género humano» que, afirma, no son culpables «(¡pobres infortunadas!) si tienen la costumbre de actuar primero y luego pensar; la culpa es de los hombres estúpidos que consienten tal cosa». En un momento dado, también, introduce un paréntesis en su relato para señalar esto: «debo hacer constar que soy lo que generalmente se llama un buen cristiano, siempre que no se le exija demasiado a mi cristianismo. Esto me asemeja, sin duda —lo cual es un gran consuelo—, a la mayor parte de ustedes, en tal sentido».

Pero, sobre todo, Betteredge resulta inolvidable por su empleo de Robinson Crusoe como libro de cabecera: «he recurrido a él año tras año —generalmente en compañía de mi pipa llena de tabaco— y he encontrado siempre en él al amigo que necesitaba en todos los momentos críticos de mi vida. Cuando me hallo de mal humor, Robinsón Crusoe. Cuando necesito algún consejo, Robinsón Crusoe. En el pasado, cuando mi mujer me importunaba, y en el presente, cuando he bebido algún trago de más, Robinsón Crusoe. He desgastado seis recios Robinsones, luego de haberlos obligado a trabajar duramente a mi servicio».

Uno de los muchos ejemplos se da cuando se siente muy inquieto y se pregunta qué debe hacer: «Otro, en mi lugar, hubiese terminado por ponerse febril; yo acabé con eso de otra manera: encendí mi pipa y me dispuse a hojear mi Robinsón Crusoe. No hacía cinco minutos que me hallaba leyendo, cuando di con este asombroso pasaje, en la página ciento sesenta y uno: «El temor del Peligro es diez mil veces más aterrador que el Peligro en sí mismo, cuando se torna éste aparente ante nuestros ojos; entonces descubrimos que el Peso de la Ansiedad supera en mucho al de la Desgracia que provoca esa misma Ansiedad.” ¡Quien después de leer estas líneas no crea en el valor del Robinsón Crusoe, o bien es porque algo anda mal en su cabeza o bien es un ser extraviado en la bruma de su propia arrogancia! Si así ocurre, mejor será no malgastar con él palabras y reservar nuestra piedad para alguien que posea más viva fe».

Wilkie Collins. La Piedra Lunar (The Moonstone, 1868). Barcelona: Debolsillo, 2008; 720 pp.; trad. de Horacio Enrique Laurora; col. Clásica; ISBN: 978-8484502784. Otra edición en Barcelona: Alba, 2011; 528 pp.; col. Clásica Maior; trad. de Catalina Martínez Muñoz; ISBN: 978-84-8428-597-7. [Vista de esta edición en amazon.es]

18 agosto, 2016
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