Siguiendo con la idea comentada en Prestar atención, en este libro se indica que, hablando sobre lo que quería decir con la expresión la «banalidad del mal» en su obra Eichmann en Jerusalén, Hannah Arendt señalaba que «el pensamiento trata de alcanzar una cierta profundidad, ir a las raíces y, en el momento mismo en que se ocupa del mal, se siente decepcionado porque no encuentra nada. Eso es la “banalidad”. Sólo el bien tiene profundidad y puede ser radical».
Y el entonces cardenal Ratzinger decía: «El mal no es —en contra de lo que Goethe quiere mostrarnos en el Fausto— una faceta del todo, de la que tenemos necesidad, sino que es la destrucción del ser. El mal no puede presentarse precisamente, como el Mefistófeles del Fausto, con las palabras: yo soy “una parte de aquella fuerza que quiere siempre el mal y crea siempre el bien”. Entonces el bien tendría necesidad del mal, y el mal no sería, ni mucho menos, realmente malo, sino que sería una parte necesaria de la dialéctica del mundo. Con esta filosofía se han justificado las víctimas del comunismo, que se edificó sobre la dialéctica de Hegel, aplicada por Marx a la praxis política. No, el mal no pertenece a la dialéctica del ser, sino que lo ataca siempre en su raíz».
Joseph Ratzinger. Fe, verdad y tolerancia. El cristianismo y las religiones del mundo (Glaube, Warheit, Toleranz. Das Christentum und die Weltreligionen, 2003). Salamanca: Sígueme, 2006, 6ª ed..; 237 pp.; trad. de Constantino Ruiz Garrido; ISBN: 84-301-1519-6.