Del álbum de un cazador, o Memorias de un cazador en otras ediciones, de Iván Turguenev, es otro libro que busqué después de leer Seis grandes escritores rusos. Es una colección de veintidós relatos, publicados primero en una revista entre 1847 y 1851, que, cuando se reunieron en un libro, en 1852, dieron a la vez fama y provocaron el arresto domiciliario del autor.
En conjunto tratan del mundo rural ruso visto por un cazador que, al ir de un lugar a otro, va encontrándose y haciendo amistad con campesinos, siervos, pequeños propietarios y terratenientes. Tienen una base autobiográfica pues corresponden a los años en los que Turguenev vivía en la hacienda de su madre, en Spasskoie. El narrador escribe anécdotas e incidentes, y hace jugosos retratos de personajes variados —algunos de los cuales aparecen en varios relatos—. Hay comentarios, del narrador o de las personas con las que se relaciona, que critican directamente, o muestran de modo irónico, muchas arbitrariedades e injusticias propias del sistema de servidumbre ruso de la época.
Así, en «Yermolái y la molinera», el señor Zerkov se queja de la que había sido doncella de su mujer argumentando que, aunque sabía que su mujer sólo deseaba doncellas solteras, tuvo el descaro de quedarse embarazada, y continúa: «La ingratitud de esta muchacha me hirió a mí, personalmente… Así es, a mí… Y el dolor duró un tiempo considerable. No me importa lo que usted diga, ¡pero no encontrará ni corazón, ni sentimientos en estas personas! No importa lo bien que se alimente a un lobo, siempre estará pendiente del bosque…».
Un tal «Ovsiánikov el Odnodvorets» (palabra que se refiere a un campesino acaudalado), dice: «ha habido muchos entre nosotros, granjeros, borrachos e incompetentes, que han sido serviles con sus señores y amos; ¡y mucho bien que les ha hecho eso! Solo han conseguido ponerse en evidencia. Les darán algún caballo de tercera que anda dando brincos y que les arrancará el sombrero de la cabeza una y otra vez, o bien los alcanzará alguna fusta supuestamente dirigida al animal, y tendrán que pretender reírse de todo y hacer que los demás se rían. No, como digo, cuanto más baja sea tu posición, más estrictamente deberás comportarte, si no terminas en el barro».
Además, no faltan estupendas descripciones: «¡Una hermosa mañana de verano del mes de julio! ¿Ha experimentado alguien, aparte de un cazador, las delicias de vagabundear entre los matojos al amanecer? Tus pies dejan huellas de verdes hojas sobre la hierba pesada y blanca de rocío. Apartas los matojos mojados, el aroma cálido acumulado durante la noche casi te asfixia; el aire se encuentra impregnado con la fragancia fresca y agridulce del ajenjo, el olor azucarado del trigo y del trébol; a lo lejos se alza un robledal como una pared, brillante y purpúreo bajo los rayos del sol; el aire aún es fresco, pero ya se presiente el calor que se aproxima».
O esta otra, justo para terminar el libro: «Y en un día de invierno, caminar a través de las altas pilas de nieve en busca de liebres, respirar el aire crudo y helado, cerrar los ojos de forma involuntaria contra el cegador brillo de la nieve suave; maravillarse ante el color verdoso del cielo sobre el bosque carmesí… Y luego están los primeros días de primavera, en los que todo brilla y el olor de la tierra cálida se eleva a través del humo pesado de la nieve que se disuelve, y las alondras cantan confiadamente bajo los rayos del sol sobre pedazos de suelo en los que la nieve se ha derretido, y con gorgojeos y rugidos alegres los ríos fluyen hacia los valles. Pero es hora de terminar. He mencionado la primavera a propósito; en la primavera es más sencillo despedirse; en la primavera incluso las personas felices se sienten tentadas a marcharse a lugares lejanos… Adiós, mi lector, te deseo eterna felicidad».
Iván Turguenev. Del álbum de un cazador (1852). El Aleph, 2011; 400 pp.; col. Modernos y Clásicos; trad. de James William Womack y Marian Via Rivera; ISBN: 978-8476699768. [Vista del libro en amazon.es]