«En su práctica como novelista y escritor de cuentos, Henry James había desarrollado una fe firme en que el punto de vista restringido daba una expresividad y una verosimilitud superiores. Creía que un narrador debía representar la vida tal como una conciencia individual la experimentaba en la realidad, con todas las lagunas, enigmas y falsas percepciones y reflexiones que entrañaba una perspectiva semejante; y si varios personajes tenían que compartir esta función a lo largo de una novela, debían transmitírsela unos a otros, como el testigo en una carrera de relevos, con un esquema más o menos regular. La antítesis de este método (…) [se producía cuando] el narrador del relato, a la manera de Thackeray, sacaba a sus títeres de la caja, los ponía a hacer cabriolas y te decía con su voz confidencial y meditabunda de autor lo que todos estaban pensando exactamente en un momento determinado, y les concedía puntos por buenos o malos motivos, por si había algún peligro de que el público tuviera que hacer un esfuerzo interpretativo por su cuenta».
David Lodge. ¡El autor, el autor!