Sobre varias series de aventuras fantásticas: el arte está en el márketing

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Un avance informativo sobre algunas aventuras fantásticas que he leído estos días, un tipo de historias en las que el arte ya no está en el libro sino en el marketing.

—Rafael Ábalos, Grímpow. Muy floja. En una estrafalaria Edad Media, el protagonista recibe unos conocimientos especiales y se une a la lucha de una gnóstica sociedad secreta que quiere acabar con «el oscurantismo religioso y fanático» de una Iglesia católica que predica la guerra y persigue a los sabios. Todos los personajes hablan igual. Los acentos, a veces poéticos, son muy artificiales: el negro manto de la noche les cubría, el cielo estaba pigmentado de estrellas, cosas así. Es morosa porque el peso está en las pretenciosas reflexiones que, además, al formularse solemnemente y con aires de gran descubrimiento, suenan ridículas. Los enigmas y acertijos son muchos y todo acaba siendo absurdo. Literariamente resulta incomprensible tanta promoción.

Cornelia Funke, Sangre de tinta. Superflua. Continuación de Corazón de tinta. Mejor hubiera sido una sola y buena novela: la escritora tiene talento y podría…

Laura Gallego, Tríada. Continuación de La resistencia. El entusiasmo de la autora por Paulo Coelho lastra sus obras: sus relatos ganarían sin las frases grandilocuentes y los comentarios enfáticos. Le sobran páginas y tiene defectos de redacción. Además, me resulta difícil creerme, o no soy capaz de comprender bien, los conflictos sentimentales de alguien que resulta ser mitad unicornio-mitad humano, o mitad dragón, o mitad serpiente alada… En fin. No creo que sea la edad.

Christopher Paolini, Eldest. Sólo para los adictos. Continuación de Eragon, tiene sus mismas cualidades y defectos. Abundan las altisonantes frases vacías tipo «encuentra la paz en tu interior y deja que tus acciones fluyan desde allí», aunque las hay más graciosas todavía.

Jonathan Stroud, El ojo del Golem. Continuación de El amuleto de Samarkanda. Ambas son las mejores novelas de este grupo pues cuentan con Bartimeo, un personaje que, al menos, uno no se arrepiente de haber conocido. Con todo, y como a todas las anteriores, le sobran varios cientos de páginas (sí, he escrito cientos).

Más adelante hablaré un poco más sobre ellas y sobre otras. Esto es sólo para responder a algunas preguntas y evitar algunas compras tontas por Reyes. Si, con todo, alguien es un adicto al género y tiene curiosidad, mi consejo es que primero las busque y lea en las bibliotecas antes de gastarse dinero.

Y, puestos a invertir horas de lectura, es infinitamente mejor el libro citado, días atrás, de Susanna Clarke.

 

3 enero, 2006
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