En su momento me gustó mucho Divertirse hasta morir, un análisis lúcido-pesimista de Neil Postman acerca del paso de una cultura tipográfica, o centrada en la palabra, a una cultura centrada en las imágenes. Ciertamente, algunos aspectos de aquél análisis de Postman habría que reformularlos de nuevo pues, aunque seguimos viviendo en un entorno de información fragmentaria y descontextualizada que mayoritariamente sólo vive para la diversión, la irrupción y extensión de Internet ha cambiado las cosas.
Pero, con todo, siguen siendo certeras sus observaciones de que cuando una cultura se desplaza de oral a escrita, de impresa a televisiva, sus ideas sobre la verdad se desplazan con ella: todos vemos cómo la televisión proporciona una nueva definición de la verdad pues la credibilidad de un narrador es la prueba definitiva de la verdad de una proposición. Frente a esto, Postman explicaba su preferencia por el discurso escrito, que nos hace pensar conceptual, deductiva y secuencialmente; que nos hace valorar la razón y el orden; que nos hace aborrecer la contradicción; y que nos da más capacidad para la imparcialidad y la objetividad, y una tolerancia hacia la respuesta dilatada.
Neil Postman. Divertirse hasta morir: el discurso público en la era del “show business” (Amusing Ourselves to Death: Public Discourse in the Age of the Show Business, 1985). Barcelona: Ediciones de la Tempestad, 2001; 195 pp.; trad. de Enrique Odell; ISBN; 84-7948-046-7.