Mi rinoceronte también come crepes, de Sara Ogilvie y Anna Kemp, trata sobre una niña a la que sus padres no escuchan. Una mañana,«mientras Dalia desayunaba apareció en la cocina un enorme rinoceronte de color morado», pero sus padres no le hacen caso porque están muy ocupados. La narración dice: «NADIE LA ESCUCHÓ». Así que el rino se instala en su casa y se hace amigo de Dalia. Aún así, «los padres de Dalia no se daban cuenta de nada», «hasta que se acabaron los crepes». Pero ni con esas: sus padres siguen sin creerse lo del rinoceronte y deciden ir al zoo para que Dalia vea un rinoceronte de verdad.
La historia comienza como Ahora no, Fernando, pero la evolución del problema de Dalia y del comportamiento de los padres acaba siendo diferente. Es también un caso, como dije a propósito de Un elefante rosa, en el que se trata de dejarse llevar por el argumento sin pretender sacar grandes conclusiones. La narración avanza con ilustraciones a doble página completa y, a veces, con una, dos o tres imágenes en cada página. Las figuras, muchas veces hechas con dibujos contorneados por líneas hechas sin interrupción, son muy simpáticas. Están muy conseguidas también las expresiones de la niña, de desconcierto y frustración al ver que sus padres no le hacen caso, y las del apacible y comilón rino.
Sara Ogilvie. Mi rinoceronte también come crepes (Rhinos don’t eat Pancakes, 2011). Texto de Anna Kemp. Barcelona: Blume, 2014; 30 pp.; trad. de Cristina Rodríguez Fischer; ISBN: 978-84-9801-773-1. [Vista del libro en amazon.es]