El marciano

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El marciano

El marciano, de Andy Weir, es un ejemplo de una novela que triunfa primero en su autoedición en amazon, que luego se publica en papel y tiene un éxito mayor aún, y que después se transforma en una buena película y multiplica más todavía sus ventas. Lo cierto es que, como novela de ciencia-ficción es excelente pues, a diferencia de otras, en ella no hay —o no parece haber— conjeturas científicas que puedan fallar: todo lo que va explicando el narrador resulta verosímil. Además, aunque no a todo el mundo le gustarán tantas explicaciones ingenieriles detalladas, la novela en sí misma va como un tiro: es difícil dejarla.

Debido a que le dan por muerto, el astronauta Mark Watney, ingeniero-botánico, es abandonado en Marte por sus compañeros que, amenazados por una fuerte tormenta de polvo que dura días, deciden volver a la Tierra sin cumplir su misión. Pero Watney se recupera y, aunque no tiene forma de comunicarse con la Tierra ni con su antigua nave, inicia sus planes para sobrevivir. En un ameno diario, él mismo cuenta los pormenores: cómo fue posible su recuperación, qué planes hace y qué pasos va dando, tanto para volver a entrar en contacto con la Tierra como para poder sobrevivir durante cuatro años, hasta que, según los planes previstos, regrese a Marte una nueva misión Ares. Su modo de razonar y de presentar intentos, aciertos y fracasos, es paciente y claro, sin ahorrar pormenores científico-técnicos, pero también optimista y con buenas dosis de autoironía. Cuando han pasado unos meses y ha conseguido comunicarse con la tierra, aunque de una forma un tanto pedestre, la novela tiene algunos tramos en tercera persona para contar qué ocurre mientras tanto en la NASA y en su antigua nave.

Con razón se ha dicho que la novela podría titularse Robinson Crusoe en Marte, aunque habría que apuntar que, más que a Robinson, el héroe se parece al ingeniero Ciro Smith de La isla misteriosa, de Verne. Si una de las claves del éxito de la historia está en que se ciñe sólo a los conocimientos científicos y técnicos que ahora tenemos, otra es que, salvo leves pinceladas, no hay recuerdos de la vida pasada del héroe ni de los demás personajes: todo se desarrolla en el presente y, por tanto, la narración desprende una gran inmediatez. A esto contribuyen algunas referencias de tipo cultural que conectan bien con los lectores, sobre todo norteamericanos: por ejemplo, habla de cómo le ha sacado partido a su «Hab de la pradera» —el Hab es el habitáculo de unos noventa metros cuadrados para los astronautas—, y, dice, «a cambio me ha mantenido vivo durante un año y medio. Es como el árbol generoso».

Además, las disquisiciones de tipo emocional casi no existen, con excepciones bien elegidas: «Es una sensación extraña. Allá donde voy, soy el primero. ¿Salgo del vehículo de superficie? ¡Soy el primer tipo en llegar! ¿Subo a una colina? ¡El primer tipo en subir esa colina! ¿Doy una patada a una roca? ¡Esa roca no se había movido desde hace un millón de años! Soy el primero en recorrer larga distancia en Marte. El primero en cultivar en Marte. El primero, el primero, el primero». Sin duda, el libro contribuirá mucho a la promoción, por parte de la NASA, de los viajes espaciales, aunque no parece que haya sido escrito con esa intención (según las explicaciones que se dan en Wikipedia sobre la historia de la novela).

Andy Weir. El Marciano (The Martian, 2011). Barcelona: Ediciones B, 2014; 408 pp.; col. NB Nova; trad. de Javier Guerrero; ISBN: 978-846665505. [Vista del libro en amazon.es]

 

27 noviembre, 2015
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