Madrid: Siruela, 1993; 124 pp.; col. Las Tres Edades; ilust. de Javier Aguilar; trad. de César Palma; ISBN: 84-7844-163-8.
Un chico es castigado por sus padres a ser encerrado en un cuarto donde hay un tablero de ajedrez que se refleja en un espejo antiguo. El Rey Blanco lo invita a entrar en el mundo fantástico de los espejos y le dice que «a cada espejo le corresponde un espacio infinito […] y a él van a refugiarse y a conservarse todas las imágenes de todas las personas […] que se han mirado en su interior. Cada uno se mira en un espejo, y luego se marcha, cree que ahí acaba todo. Craso error. El sujeto se va igual que ha venido, y se olvida del asunto; pero en el espacio invisible correspondiente a ese espejo se queda su imagen».
27 enero, 2010