COTTRELL BOYCE, Frank

COTTRELL BOYCE, FrankAutores
 

Escritor inglés. 1962-. Nació en Liverpool. Guionista de cine. Padre de siete hijos. Lluvia de millones, su primera novela, está escrita después del guión para la película Millones.


Lluvia de millones
Barcelona: Salamandra, 2005; 187 pp.; col. Narrativa Joven; trad. de Patricia Antón de Vez; ISBN: 84-7888-938-8. [Vista del libro en amazon.es]

Los dos hermanos Cunningham, Damian y Anthony, de nueve y diez años, acaban de trasladarse a una nueva casa con su padre, poco después de que falleciera su madre. Esto se deduce de lo que va contando Damian, un chico que tiene un conocimiento enciclopédico de las vidas y hazañas de los santos más raros, y que quiere a toda costa ser bueno. Un día, estando en el jardín de su casa, desde un tren que pasa le cae a su lado una bolsa de tela que contiene nada menos que 229.370 libras. Se lo dice a su hermano y, como faltan sólo diecisiete días para que la libra cambie al euro, se dan cuenta de que tienen pocos días para gastar todo ese dinero. Cuando Damian comenta que mejor sería que se lo advirtieran a su padre, Anthony le desanima: «Si papá se enterase, tendría que decírselo al Gobierno, y si ellos se enterasen, querrían cobrar impuestos. El cuarenta por ciento… […] Además, si Dios hubiese querido que lo tuviera papá, le habría enviado un cheque por correo». «Resultaba difícil poner objeciones a eso», dice Damian. Y comienzan los líos.


Cosmic
Madrid: SM, 2009; 301 pp.; trad. de Alexandre Casal; ISBN: 978-84-675-3460-3. Nueva edición en 2020; 304 pp.; ISBN: ‎ 978-8413183145. [Vista del libro en amazon.es]

El narrador es Liam Digby, doce años, superdotado, experto en juegos de ordenador, altísimo y ya con barba. Después de comenzar diciendo que está en un cohete espacial descontrolado, junto con otros cuatro chicos, vuelve atrás para explicarlo. Primero, cómo él y Florida, una compañera suya obsesionada con llegar a ser famosa, se hicieron pasar por padre e hija en distintos sitios. Luego, cómo un día, por ser usuario del programa DraxWorld pero pensando que es un adulto, lo eligen para visitar un parque de atracciones nuevo, junto con su hija, y probar el cohete llamado Infinitas Posibilidades. Logra engatusar a Florida para que vaya con él representando ese papel y, para prepararse mejor, se lee a fondo el libro de su padre titulado Habla con tu hijo adolescente. Eso sí, pronto comprueba que sus habilidades como jugador de Word of Warcraft, donde tiene la personalidad de «un Elfo Nocturno con poderes curativos altamente desarrollados», son mucho más útiles: así, en un momento en el que Florida se pone histérica, cuenta: «Habla con tu hijo adolescente no tiene un capítulo titulado “Cuando tu hija te patea en público”. En verdad, World of Warcraft resultaba más práctico para tratar a Florida. Tenías que considerarla como una especie de monstruo y recordar que todo monstruo tiene su punto débil».



Relatos muy divertidos. Debido a eso el lector pasa con facilidad por alto sus improbabilidades: que los narradores sean tan precisos, que chicos tan jóvenes como ellos o sus amigos a veces razonen tal como lo hacen, que muchos episodios pudieran ocurrir tal como se narran… Y es que, como experto guionista de cine y como padre de siete hijos que es, el autor demuestra un talento poco común para captar reacciones y razonamientos propios de chaval y para expresarlos con verdadera gracia.

En Lluvia de millones, las menciones a los episodios singulares de algunas vidas de santos son, por momentos, realmente hilarantes, y la (in)oportunidad con que los recuerda Damian así como su modo de razonar tan formal, añaden una gran comicidad a la narración. Aunque la novela tiene también un lado serio, el dolor que sienten los chicos por el fallecimiento de su madre y el desconcierto en el que vive su padre debido a eso, tal elemento no predomina. Eso sí, cumple una leve función de contrapunto y de justificación, que actúan también en el corazón y en la mente del lector para que acepte algunas cosas e incluso disculpe que los chicos usen esa situación como una forma de chantajear a todos los que tienen alrededor… En cualquier caso, la bondad manifiesta de Damian es lo que acaba imponiéndose sobre lo que la historia tiene de farsa irónica.

En Cosmic hay muchas referencias literarias, unas directas (como a Narnia o a El Señor de los anillos o a El Gran Gigante Bonachón), y otras indirectas en el texto y en situaciones que se crean (como a Alicia o a Peter Pan), e incluso el mismo planteamiento está inspirado en Charlie y la fábrica de chocolate. El autor narra de forma clara y usa siempre comparaciones gráficas nada rebuscadas: cuando a los chicos se les hinchan los trajes espaciales parecían «mandarinas gigantes», «en ausencia de gravedad éramos la viva imagen de una familia de globos de helio». Abundan los comentarios que toman a broma el comportamiento de los famosos que imitan los chicos: cuando Florida se pone gafas de sol en un lugar oscuro se justifica con un «David Beckham lleva gafas de sol por la noche». O, si se quiere ver al revés, los comentarios hablan de la ignorancia que trae consigo tanto interés por las celebridades: Florida no conocía una gran cantidad de gente porque no salían en las revistas, «confundió a Buzz Aldrin, el segundo astronauta que pisó la Luna, con Buzz Lightyear, un juguete. Reconoció el apellido Hitler, pero creyó que el nombre era Heil».

Preguntas culturales a las tres de la mañana

He aquí algunos ejemplos del humor que recorre Lluvia de millones.

Después del primer día de clase, en el que Damian ha tenido algunas intervenciones realmente gloriosas que han provocado el desconcierto a su alrededor, le dice a su hermano:

«—He tratado todo el rato de ser bueno –expliqué—, pero no consigo entender qué querían.

—Creen que estás como una cabra –contestó.

Eso no se me había ocurrido. Pero, bien pensado, ¿y qué? Creían que José de Copertino estaba como una cabra y podía levitar. Hasta podía volar si quería. A kilómetros de distancia».

Después de haber explicado, al principio de la novela, que a San Roque «le preocupaba tanto decirle a alguien lo que no debía que no dijo una sola palabra durante los diez últimos años de su vida», una vez que su padre le pilla en un renuncio, Damian dice: «Papá me miró. Yo hice de san Roque. No hay santo patrón de las mentiras. Si mientes es asunto tuyo».

En otros momentos, el modo de contar las cosas de Damian recuerda un tanto al narrador de El curioso incidente del perro a medianoche aunque aquí sólo se busca el efecto cómico. Por ejemplo, después de conocer a unos mormones y de saber que se llaman a sí mismos «santos de los últimos días», explica:

«Papá era adicto a la cultura general. Cuando vivíamos en nuestra antigua casa, pertenecía a un grupo llamado los Sabelotodo que participaba en concursos entre pubs. Siempre ganaban. Solía despertarnos para preguntar: “¿En qué deporte se gana yendo para atrás?”, y esa clase de cosas. Así pues, decidí ir a preguntarle que significaba “últimos días”. Admito que eran las tres de la mañana, pero aún así me sorprendió cuando dijo:

—No lo sé, ¿o sí?

Y se giró sobre el costado y se durmió. Me metí en la cama con él. Ya no tiene la cultura general que tenía antes».

Eso sí, a veces el jovencísimo narrador realiza observaciones muy, muy adultas: «No hay patrono de los agentes inmobiliarios porque ningún agente inmobiliario ha sido canonizado nunca. Hay santos que eran marineros, herreros, soldados, panaderos, maestros, amas de casa, porquerizos, incluso reyes. Pero en toda la historia no ha habido un solo agente inmobiliario que se haya convertido en santo, ni siquiera en beato. Eso da que pensar».

Un libro sobre padres (y para ellos)

La intención de Cosmic está señalada en la dedicatoria del autor a sus propios padres, «a la magia de los padres». Y, ciertamente, toda ella puede ser leída como novela de relaciones entre padres e hijos, y resulta ser una crítica indirecta sensacional de muchos planteamientos educativos actuales.

Contiene muchas consideraciones al paso sobre la confianza de un niño en su padre —«cuando eres niño, crees que tu padre puede hacer cualquier cosa»—, y su esperanza de que siempre aparezca cuando lo necesita e, incluso, que cuando hace algo mal llegue a tiempo de corregirle.

Se puede leer una referencia implícita a El guardián entre el centeno —el cuidado que unos niños acaban teniendo de otros cuando los padres faltan—, en una observación que formula Liam: «Aquellos niños —Hasan, Samson Dos, Max— tenían unos padres que no les hacían el más mínimo caso, que los enviaban al espacio para que se volvieran más inteligentes o ricos, o para que alcanzaran el éxito. Y resultaba que se encontraban perdidos allí. Pese a todo, creían que alguien, en algún lugar, estaba pendiente de ellos. En aquellas circunstancias, sentí que aquel alguien era yo». Pero, a diferencia de la obra de SALINGER, el narrador tiene clara la referencia: «Yo tenía que cuidar de los niños como papá cuidaba de mí y su padre cuidaba de él; como había sido siempre. La de los padres era una fuerza que, como la gravedad, estaba ahí fuera, entre las estrellas, y yo formaba parte de ella».

El narrador saca partido a esa comparación entre el amor de los padres y la fuerza de la gravedad. Al final, piensa: «Tal vez todos tengamos una gravedad especial por la cual, pese a lo mucho que nos alejemos, a veces muchísimo, siempre terminamos por volver. Porque ahí está la gracia: la gravedad es variable. A veces te permite flotar como una pluma y otras hace que un solo niño pese más que todo el universo». La última frase —tal vez un guiño a Lluvia de millones— se refiere a la leyenda que se ha contado antes sobre San Cristóbal, un santo al que su padre, taxista, tiene devoción y cuya estatuilla se llevó Liam al espacio: «Él había dicho que la estatuilla cuidaba de él. Supongo que también cuidó de nosotros».

Otros libros: A cuadros, Manual de la vida terrícola, The Unforgotten Coat.

 


2 febrero, 2006
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