Manual de la vida terrícola

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Manual de la vida terrícola

Manual de la vida terrícola, de Frank Cottrell Boyce, es un relato divertido, en el que suceden todo tipo de cosas disparatadas, jugoso, pues se plantean bien algunas cuestiones de interés, y con un extraterrestre asombroso que, por momentos, recuerda a Snoopy cuando se disfraza de aviador.

Cuando a su abuelo lo internan, pues tiene alzéimer, a su nieto Prez Mellows, un chico que casi no habla, lo envían a pasar un verano con una familia de acogida que viven en una granja con vacas, gallinas, etc. Se presenta entonces por sorpresa un personaje llamado Sputnik, un alienígena con curiosos poderes que, a los ojos de Prez, es como un chico algo raro —falda, casco de cuero, gafas de aviador…—, pero que, a los ojos de otros, es un perro de raza indefinida. Sputnik, que puede oír lo que Prez está pensando y que puede manipular a su gusto algunas leyes físicas, le dice a Prez que ha venido con la misión de cuidarle, precisamente a él, y, además. que el Organismo de Liquidación Planetaria, como el espacio está saturado y ha de hacer sitio a los nuevos cuerpos celestes, está considerando destruir la Tierra. Sin embargo, le dice a Prez, hay una forma de impedirlo: preparar una lista de diez cosas valiosas que haya en la Tierra con las que poder justificar que la Tierra siga girando como siempre.

Así que la historia progresa, por un lado, buscando esas cosas. Prez empieza diciéndole a Sputnik que, por ejemplo, las estrellas son maravillosas, pero Sputnik no está de acuerdo: «El universo entero está plagado de estrellas, planetas, cometas y nebulosas. Vayas por donde vayas, no hay manera de librarte de los cuerpos celestes. Son normales y corrientes, y yo estoy buscando cosas especiales». En cambio, por ejemplo, cuando ve un chubasquero fluorescente se queda deslumbrado: «No he visto nada igual en todos mis viajes por el universo. Me encantó la forma en que resplandecía al caer la tarde. Mira, eso podría aparecer en nuestro Manual. Ponlo en la lista». O, por ejemplo, Sputnik se admira cuando ve cómo funcionan las mareas: «Ah, eso es algo que me encanta de este planeta: que solo tenga una luna. Así no es difícil tener una gravedad estupenda… Donde yo vivía, había doce lunas. Imagínatelo, pasaba una cada media hora. La marea saltaba como una rana en una sartén caliente». Por lo que la marea también entra en la lista.

Esa búsqueda está repleta de cosas graciosas y asombrosas. Unas tienen que ver con que Sputnik no desea ser tratado como un perro: insiste en que no hace recados perrunos y afirma que «cada vez que oigo la palabra “paseo”, empuño mi pistola». Otras con su forma de actuar: le explica a Prez el «oleaje gravitatorio», que «la gravedad viene en ondas» y, por tanto, que «lo único que tienes que hacer es aprender a surfear sobre ellas»; le habla también de que viajar por el espacio es fácil, sólo «hay que pillarle el truquilo. Es que el espacio no es plano, ¿sabes? Tiene pliegues y curvas, y se mueve. Está vivo. Si practicas una temporada, al final aprendes a manejarlo». La historia conduce al fin a los intentos que Prez y Sputnik hacen de «rescatar» a su abuelo, y esto aclarará por qué Laika, la perrita astronauta de la que Sputnik se hizo amigo tiempo atrás, le había pedido que saludase a Mellows en la tierra: cuando Prez le dice que eso no tiene mucho sentido porque la Tierra es muy grande, Sputnik le aclara que «en el contexto del universo, ser del mismo planeta es como ser del mismo barrio».

Por otro lado, la historia conduce también al mensaje principal, que se refiere a la relación que tenía Prez con su abuelo —Prez se preocupaba de ayudarle a superar su alejamiento de la realidad con sus listas y sus notas con recordatorios— y, en definitiva, a la importancia decisiva para todos del «hogar». Sputnik se pone serio cuando le dice a Prez que «la historia de tu pequeño planeta no es más que una sucesión de personas en busca de hogar» y que él tiene una idea equivocada de lo que es un hogar: «eres un chaval temporal que busca un hogar permanente; pero te has pasado mucho tiempo buscando donde no es. (…) El hogar, tu casa, no es un edificio. (…) El hogar no es un punto en el mapa, ni el lugar del que procedes. Es el lugar al que te diriges. (…) Mira, la cosa es así: un día partes en busca de aventuras y, al final, vuelves a casa. Lo ves, ¿verdad? Bueno, pues eso es lo que está haciendo el universo. (…) Todo regresará a casa. Todo lo que estaba roto se reparará. Todo lo que se olvidó será recordado».

Frank Cottrell Boyce. Manual de la vida terrícola (Sputnik’s Guide to Life on Earth, 2017). Madrid: SM, 2018; 328 pp.; col. El Barco de vapor; ilust. de Steven Lenton; trad. de Xohana Bastida; ISBN: 978-84-9107-271-3. [Vista del libro en amazon.es]

25 octubre, 2018
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