El insólito peregrinaje de Harold Fry, de Rachel Joyce, se lee con interés: es una novela bien escrita, que tiene calidez. Cuenta el viaje a pie, de más de mil kilómetros, de Harold Fry, un hombre de 65 años. Lo empieza, sin haberlo pensado antes y sin equipo apropiado, después de haber recibido una carta de Queenie, una antigua compañera de trabajo, que tiene un cáncer avanzado y está hospitalizada en un pueblo al norte de Inglaterra, con la que se siente en deuda. Cuando sale a poner la respuesta en el buzón decide continuar andando con el pensamiento de que, mientras continúe su marcha, Queenie no morirá. A lo largo del viaje recordará toda su vida, repasará su insatisfactoria juventud, su frustrante convivencia con su mujer, sus relaciones rotas con su hijo, y tendrá la oportunidad de conocer a mucha gente que, al conocer su peregrinación, se sentirán conmovidos. Al modo de Forrest Gump, habrá un momento en que los medios de comunicación hablarán de su viaje y se le unirán todo tipo de acompañantes, una parte de la historia francamente floja y que desentona del resto.
Aceptadas las improbabilidades, que son muchas, lo mejor de la novela es el desvelamiento progresivo de los problemas de los personajes y los distintos reconocimientos de culpas de cada uno: Harold acaba ganándose al lector. Lo importante, sin embargo, es el núcleo de la historia: cómo puede cambiar la vida un impulso sincero de poner en claro el pasado, unido con el necesario arrepentimiento y unos actos de sacrificio que se viven como reparación de aquello que se hizo mal; cómo, con esos presupuestos de sinceridad interior, no importa tanto que, para obrar así, las razones que a uno le mueven (lo que en la novela se llama «fe») no sean verdaderas, como el protagonista descubre al final; y cómo la generosidad de uno puede mover a otros. Se podría decir, también, que todo eso lo propicia el ponerse a uno mismo en una situación que permita la reflexión, que rompa las comodidades y rutinas habituales, que facilite abrirse a las necesidades y problemas de los demás lo que siempre relativiza los propios, etc. Algo así como hacer un Camino de Santiago sin ninguna clase de referencia religiosa y con el afán último de perdonarse uno a sí mismo y de tener una visión más comprensiva de los demás…
Rachel Joyce. El insólito peregrinaje de Harold Fry (The Unlikely Prilgrimaje of Harold Fry, 2012). Barcelona: Salamandra, 2012; 330 pp.; trad. de Rita da Costa; ISBN: 978-84-9838-480-2.