La tierra de los abetos puntiagudos, de Sarah Orne Jewett, es una novela corta, casi sin argumento, que algunos críticos literarios consideran el mejor relato de su autora, y que Willa Cather consideraba una de las mejores obras norteamericanas del XIX, junto con Las aventuras de Huckleberry Finn y La letra escarlata.
La narradora es una escritora bostoniana que pasa unos meses en Dunnet Landing, un pueblo costero de Maine, con la intención de terminar un libro. Se hospeda en casa de Almira Todd, una mujer de unos sesenta años, viuda, experta en hierbas y en sus usos terapéuticos. Va conociendo a distintos habitantes del lugar, como a la señora Bennett y a William, la madre y el hermano de la señora Todd, que viven en una isla cercana, un viejo capitán, un anciano marinero, y otros. Se suceden escenas en las que sus nuevos conocidos le cuentan historias pasadas, propias o ajenas, o en las que describe con sobriedad los paisajes costeros, dominados por bosques de abetos y enebros puntiagudos, y reflexiona sobre la calidad humana de las personas que trata. El relato termina cuando la narradora se marcha. Los acentos son siempre amables y abunda el buen humor, que lo ponen, sobre todo, la ironía, también puntiaguda, de algunos comentarios o cotilleos, normalmente de la enérgica señora Todd.
Véase un ejemplo, cuando la señora Todd, durante una reunión familiar, dice lo siguiente a su interlocutora en un aparte: «Recuerdo que el día que me prometí a Nathan me alteré mucho, con todo lo feliz que me sentía, por darme cuenta de que una de sus primas tendría que ser parte de mi familia toda la vida. Casi me muero. El pobre Nathan vio que algo me preocupaba, tenía muy buenos sentimientos, y cuando me preguntó qué me pasaba, se lo conté. “A mi tampoco me ha caído nunca bien”, dijo él, “no te preocupes, querida”, y fue una de las cosas que me hizo darme cuenta de lo que valía Nathan, no tenía la costumbre de llevar siempre la contraria, como otros hombres. “Sí”, le contesté yo, “pero piensa en Acción de Gracias, y en los funerales, es nuestra familia, y tendremos que cumplir”. Los jóvenes no piensan en esas cosas. Por ahí pasa ahora, saludémosla —dijo la señora Todd transitando de forma alarmante de las opiniones generales a las animosidades particulares—. La odio igual que siempre, pero lleva un vestido verdaderamente encantador».
Sarah Orne Jewett. La tierra de los abetos puntiagudos (The Country of the Pointed Firs, 1896). Madrid: Dos Bigotes, 2015; 166 pp.; trad. de Raquel G. Rojas; ISBN: 978-84-943559-6-7. [Vista del libro en amazon.es]