Uno de los motivos por los que me interesó mucho el Breviario de saberes inútiles es que Simon Leys es un buen conocedor de Chesterton. En ese libro tiene un artículo titulado «Chesterton, el poeta que baila con cien piernas», expresión del mismo Chesterton en una entrevista para referirse a Domingo, el protagonista de El hombre que fue jueves y que se refiere a la dificultad de mantener enfocada su imagen para poder hacer un buen retrato suyo.
Habla de que Chesterton era un poeta como son poetas los niños: «el don del poeta (que es también el don del niño) es la capacidad para conectar con el mundo real para mirar las cosas embelesado». Explica cuánto valoraba Chesterton lo que puede hacer un aficionado frente a un profesional pues, de acuerdo con un principio básico de la estética clásica china, en la que Leys es especialista, puedes ser profesional si eres abogado, sepulturero, dentista, etc., pero no si eres poeta, marido o esposa, padre o madre… Recuerda la precisión de los análisis chestertonianos, lo certeras que se han demostrado sus advertencias proféticas, la pertinencia que siguen teniendo muchos comentarios suyos frente a los que hicieron la mayoría de sus contemporáneos. Termina, con acierto, apuntando cómo «su abrumador sentimiento de asombro y gratitud precedió en muchos años a su conversión religiosa».
Me gustó también leer a Leys, en un artículo titulado «Joseph Conrad y “El agente secreto”», lo sorprendente que resulta que Conrad y Chesterton no tuvieran nunca ningún trato ni se mencionasen mutuamente (salvo una referencia ocasional en una carta de Conrad, dato que yo no tenía). Es una consideración que no escribí en Gramática de la gratitud —donde sí señalé qué curioso es que nunca tratase sobre Dostoievski—, porque me había referido a ella en Formas de la felicidad: la única conexión que yo conocía era que, cuando Chesterton falleció, la viuda de Conrad le escribió a la de Chesterton diciéndole que a su marido le hubiera gustado conocerle. Apunta Leys que si Chesterton se caracteriza por una «alegría solar», en su obra en general y en El hombre que fue jueves en particular, Conrad «en cuanto se aleja del mar se sumerge en una negra angustia (¿acaso no había observado él mismo que la paz de Dios, ese dios en el que no creía por otra parte, no comienza más que en alta mar a mil leguas de tierra firme?); El agente secreto se desarrolla íntegramente en Londres, megalópolis monstruosa, opresiva y crepuscular. El mar es allí invisible y, en la época, sus lectores no se lo perdonaron».
Simon Leys. «Chesterton, el poeta que baila con cien piernas» (Chesterton: The Poet Who Dances With a Hundred Legs, 1997) y «Joseph Conrad y “El agente secreto”» (Joseph Conrad et L’Agent secret, 2011), Breviario de saberes inútiles. Ensayos sobre sabiduría en China y literatura occidental (The Hall of Uselessness, 2011). Barcelona: Acantilado, 2016; 592 pp.; trad. de José Manuel Álvarez-Flórez y José Ramón Monreal; ISBN: 978-84-16748-07-5. [Vista del libro en amazon.es]