He leído Humoristas, de Paul Johnson. Me ahorro la reseña pues aquí hay una más que buena.
Una objeción es que lamento la inclinación a las anécdotas procaces que tiene Johnson. Yo estoy con Chesterton cuando indica, hablando de Watts, que «hay cosas privadas, como si tomaba mucha sal o mucho azúcar, que pueden o no ser públicas pero importan poco», y que las «virtudes y actuaciones públicas son, de lejos, más significativas que sus debilidades privadas»; o, hablando de Tennyson (en Varied Types), cuando dice que un crítico de poesía no tiene por qué «gastar tiempo y prestar atención a esa parte del trabajo de un hombre que no es poética» y que «el trabajo de un crítico es descubrir la importancia de un hombre y no sus crímenes».
Otra es que Johnson no explica bien que no todas las clases de risa son equiparables. Al principio hace notar, citando a Arthur Koestler, cómo la risa tiene un elemento de agresión y cómo, según las culturas, hay quienes se ríen de cosas que, a otros, no les hacen ninguna gracia: según parece, a los bosquimanos del desierto del Kalahari, de Sudáfrica, nada les divierte tanto como una gacela herida de muerte por una bala. Sin embargo, las páginas finales, donde se lamenta de la corrección política imperante, que ciertamente da lugar a muchos excesos que merecen ser criticados —como este—, son poco equilibradas: no creo que merezcan aplausos ni que haya que reírse de bromas vejatorias o groserías insultantes por más graciosas que sean.
Dejando eso al margen, están muy bien los comentarios acerca de distintos recursos propios del humor: «La Mirada de la Complicidad», que tan bien usaba Oliver Hardy; el placer que causa oir algo insultante dicho con elegancia e ingenio a quien se lo merecía, que practicaba Samuel Johnson; la tensión que se deriva de la «pelea-a-punto-de-estallar», tan propia de algunas pinturas cómicas; el chiste verbal continuado que practicaba Dickens, y el ingenio aparentemente inocente que también Dickens personificó en Sam Weller especialmente; el uso magistral de bromas sencillas y antiguas, pero ensayadas hasta la extenuación, como hacía Chaplin; o, frente a la técnica cómica clásica de hacer que las cosas importantes parezcan triviales, el sistema contrario de los hermanos Marx, de «hacer que las cosas triviales parezcan importantes».
Paul Johnson. Humoristas (Humorists, 2010). Barcelona: Ático de los libros, 2012; 302 pp.; trad. de Joan Eloi Roca; ISBN: 978-84-938595-8-9.