Mi gran árbol, del canadiense Jacques Goldstyn, es un álbum largo cuyo protagonista y narrador, un niño al que vemos en todas las páginas, habla de sí mismo —es un chico solitario al que no le importa, e incluso desea, serlo—, y cuenta que, de todas las cosas que le gustan, la que más es trepar a un gran árbol, al que llama Titán.
La narración es una sucesión de cosas que ocurren y que, desde arriba de Titán, el narrador observa —comportamiento de los vecinos, animales que viven en el árbol, otros árboles, los fabulosos días de tormenta, etc.— hasta que, al final, después de que ha llegado la primavera, el chico se da cuenta de que todo florece pero Titán no. Habla de un viejo roble cortado, al que le contó los 172 anillos, y calcula que Titán debe tener, al menos, 500 años.
La resolución del relato es amable aunque floja. Sea como sea, el libro conecta con el deseo infantil de tener una casa en un árbol, habla con amabilidad de los animales y los árboles, plantea una cierta reflexión sobre la soledad y la muerte… Pero su principal atractivo está en que todo se cuenta con una sucesión de magníficos dibujos coloreados que bien podría firmar Sempé, también porque el protagonista, al modo de Marcelín, es siempre pequeño en su entorno y destaca gracias a que lleva una especie de turbante de colores.
Jacques Goldstyn. Mi gran árbol (L’arbragan, 2015). Girona: Tramuntana, 2016; 76 pp.; trad. de María Teresa Rivas; ISBN: 978-84-16578-04-7. [Vista del libro en amazon.es]