La verosimilitud que se le ha de pedir a un relato infantil, la que hace que nos resulte convincente, no es la misma que se ha pedir a un relato adulto y depende de lo que a nuestro alrededor es común. Así, no podemos decir de una película de dibujos animados que nos resulta verosímil en cuanto semejante a la realidad que nos rodea, pero sí podemos decir que nos resulta verosímil en cuanto inteligible ahora y aquí por un público acostumbrado a ese tipo de representación. De hecho, unas películas de dibujos nos resultan más verosímiles que otras. Del mismo modo, los narradores-niños de muchos relatos infantiles no son realistas —por ejemplo, en el sentido de que es imposible que un niño se explique tan bien, o de que los diálogos sean tan buenos—, pero pueden resultar convincentes por lo bien que su voz atrapa el modo infantil de ver las cosas o por lo bien que describe algunas situaciones con esa perspectiva.
Esto se puede aplicar a Las cosas perdidas, de Lydia Carreras. En medio del caos de un traslado de vivienda, Tani observa cómo el «tío Daniel», el mejor amigo y socio de su padre, se lleva una cucharita de plata de su casa; aunque sabe que debe decirlo, no encuentra ni el modo ni el momento de hacerlo, y cuando nota la desaparición de más cosas, su inquietud va en aumento y sólo es capaz de confiarse a su mejor amigo. Está bien pintada la vida familiar de Tani y bien reflejada la evolución de su problema interior: primero darse cuenta que debería decir lo que ha visto pero quedarse atrapado por el temor y la vergüenza, recomponer las cosas que sabe y que recuerda para confirmar que no se ha equivocado, los intentos indirectos fallidos de sincerarse mientras su intranquilidad crece, la torpeza de sus padres para darse cuenta de que algo está consumiéndole, el alivio final al contarlo y al comprender mejor la situación.
Lydia Carreras de Sosa. Las cosas perdidas (2006). Zaragoza: Edelvives, 2007; 115 pp.; col. Ala delta internacional, serie azul; ilust. de Javier ZABALA; ISBN: 978-84-263-6198-1-7.