En The Victorian Age of Literature, y en más sitios, Chesterton señaló que una de las grandes aportaciones literarias de la época victoriana fue el nacimiento de la literatura del nonsense. Dedicó no pocos artículos a esa cuestión: en la nota El mejor autor de obras de nonsense se decía por qué sentía preferencia por Edward Lear frente a Lewis Carroll; en la de Alicia, maestra de escuela indicaba lo ridículo de convertir en lectura escolar los libros de Carroll; en la titulada La fe y el absurdo apuntaba cómo el nonsense nos familiariza con la idea de que todo en la realidad tiene un lado oculto. Y en el texto que sigue figura por qué, igual que su amigo Belloc, conectaba tan bien con ese tipo de poemas y de relatos:
«Toda gran literatura ha sido siempre alegórica, y alegórica de una visión del universo en su conjunto. La Ilíada es grande porque toda vida es una batalla, La Odisea lo es porque toda vida es un viaje, el Libro de Job porque toda vida es un enigma. Hay una actitud que nos lleva a pensar que la existencia se resume en la palabra “fantasmas”; otra, algo mejor, nos hace pensar en que se resume en las palabras “Sueño de una noche de verano”. Incluso el melodrama o la novela detectivesca más vulgares pueden ser buenos si expresan algo del deleite de las posibilidades más siniestras, el saludable deseo de oscuridad y terror que nos invade cualquier noche al caminar por un callejón oscuro. Por tanto, si la literatura del absurdo va a ser de verdad la literatura del futuro, debe tener su propia versión del cosmos que ofrecer; el mundo no debe ser sólo trágico, romántico o religioso, también debe ser absurdo. Y aquí imagino que la literatura del absurdo acudirá, inesperadamente, en ayuda de la visión espiritual de las cosas». («Defensa del absurdo», The Defendant, Correr tras el propio sombrero)