Decía Chesterton que «se puede tener una educación que enseñe el ateísmo porque el ateísmo es verdadero y puede ser, desde su punto de vista, una educación completa. Pero no se puede tener una educación que proclame que enseña toda la verdad y después se niegue a discutir si el ateísmo es una verdad. (…) Cuando se suponía que la enseñanza consistía en deletrear, contar y hacer garabatos y ganchos, podría haber cierto motivo para decir que podía impartirla tanto un baptista como un budista. Pero cuál es el sentido de tener una educación que incluye lecciones de «ciudadanía», por ejemplo, y pretende no incluir nada que se parezca a una teoría moral, e ignora a todos los que sostienen que una teoría moral depende de una teología moral. Nuestros maestros de escuela declaran que sacan a la luz todos los aspectos del alumno: el aspecto estético, el atlético, el político y así sucesivamente; y no obstante siguen con la cantinela anticuada del siglo XIX, que dice que la instrucción pública no tiene nada que ver con el aspecto religioso». («La nueva defensa de las escuelas católicas», El hombre común y otros ensayos sobre la modernidad)
Lo cierto es que, sólo con un deliberado estrechamiento de la inteligencia «podemos mantener separadas la religión de la educación. (…) La cosa primera y más obvia en la que una persona está interesada es en qué clase de mundo está viviendo y por qué está viviendo en él. Naturalmente, si no conoces la respuesta no serás capaz de darla; pero el hecho de no ser capaz de responder a esa cuestión que la otra persona sin duda desea preguntar, puede o no ser lo que algunas personas llaman educación, pero no es una exhibición brillante de instrucción». Si tienes convicciones acerca de esas cosas fundamentales y cósmicas, sean negativas o positivas, y no las das, eres un instructor que estás rehusando instruir en el punto más importante; tus motivos pueden ser de generosidad o de timidez, da igual, pero ciertamente no son educativos. Si no tienes convicciones acerca de esas cosas, tienes el derecho, e incluso el deber, de rehusar responder a esas preguntas, pero no a tranquilizarte a ti mismo con el dogmático dogma de que ningún hombre es capaz de responderlas porque tú no puedes. Y «ningún hombre tiene derecho a responderlas o a tratarlas como si esa clase de preguntas sólo se le ocurrieran a una especie de alumnos pedantes y peculiares. («The Religious Aim of Education», The Spice of Life)