Antes de ser un libro, Irish Impresions fueron artículos que Chesterton publicó en el New Witness con ocasión de un viaje que hizo a Irlanda. Con él, como con sus otros libros de viajes, Chesterton podría decir de sí mismo, con palabras de Joseph Roth, qué clase de trabajo periodístico hacía: «Yo no hago glosas chistosas. Yo dibujo el semblante de una época. (…) Yo soy un periodista, no un informador; un escritor, no un autor de artículos de fondo». Pues, en efecto, Chesterton retrata bien al pueblo irlandés —un país donde «los campesinos pueden hablar como poetas»—, explica su conflicto secular con Inglaterra con perspectiva histórica, presenta el panorama de ideas de la época, rebate argumentos que muchos dan por sentados, y señala el verdadero núcleo de los problemas. En todo momento declara su simpatía sin reservas por Irlanda, y por su revuelta contra el gobierno británico, que comprende bien porque él mismo, dice, de muchas maneras también está en rebeldía contra su propio gobierno.
Un aspecto circunstancial de sus opiniones, que por otra parte dan al libro interés histórico, son las referencias a las discusiones que tenían lugar entonces acerca de la futura ley que devolvería la independencia a Irlanda. Otro —el motivo por el que fue invitado a este viaje— son sus argumentaciones en favor de que los irlandeses debían unirse a los ingleses para combatir en la primera Guerra Mundial. Para explicar esto Chesterton comenzaba diciendo que, «siendo un inglés, esperaba en primer lugar ayudar a Inglaterra; pero no siendo un idiota congénito, no podía comenzar pidiendo a los irlandeses que ayudaran a Inglaterra». Luego razonaba por qué los aliados, al combatir a los alemanes, «estaban más en lo cierto de lo que ellos mismos se daban cuenta; más aún, casi ni tenían derecho a tener tanta razón como tenían». Por eso, concluía, en sus reticencias a combatir con los aliados, «los irlandeses estaban equivocados; quizás equivocados por primera vez», debido a que históricamente los irlandeses se habían aliado con los franceses y los ingleses con los alemanes (la insistente idea de The Crimes of England).
Debido al tema, el libro sirve a Chesterton para desplegar sus ideas sobre la familia y la propiedad, y para declarar, cuatro años antes de su conversión, su simpatía hacia los católicos y su convicción de que «una religión no es la iglesia a la que un hombre va sino el cosmos en el interior del cual vive». Le sirve también para fijar su postura en torno a términos como imperialismo, nacionalismo y patriotismo: sus ideas, sin duda herederas de las discusiones en torno al nacionalismo propias del siglo anterior —algo que también será obvio en su libro posterior sobre Palestina—, causaban irritación tanto en quienes tenían ansias expansionistas como en quienes tenían una visión provinciana. En una dirección, por ejemplo, comenta que un mérito poco reconocido del nacionalismo es que «incluso lo que en él suele calificarse de estrechez no es un obstáculo para la invasión sino para la expansión»; habla del patriotismo como de una virtud natural y que ignorarla, y «fijarse sólo en sus inconvenientes, es como contar las nubes y olvidar el clima», o que no tenerla en cuenta y pensar que todo es cuestión de leyes, es como ver las vallas o muros que delimitan las tierras y no ver el paisaje. En la otra, por ejemplo, señala el error de usar el gaélico «como un arma más que como una herramienta», o subraya que considera un gran error que alguien invoque su condición de «celta» cuando le debería bastar con presentarse como irlandés, además de que «el celticismo, por sí mismo, puede llevar a toda clase de extravagancias raciales».
El último capítulo lo dedica Chesterton al caso de Irlanda del Norte y a comentar la enorme animosidad entre protestantes y católicos en Belfast. Es interesante su observación, apropiada entonces, acerca de que era un error debatir la igualdad política e ignorar que no había igualdad religiosa, cuando debía ser al revés: dar igualdad política primero y debatir luego la cuestión religiosa. También lo es su comentario de que, en Belfast, un protestante que sentía odio hacia los católicos decía de sí mismo, y precisamente por eso, «soy un buen protestante», mientras que un católico con el mismo talante, y también precisamente por eso, se decía a sí mismo «soy un mal católico». Por un lado, esta idea de la profunda maldad del orgullo, que Chesterton ejemplifica en el caso de otros nacionalismos igualmente desnortados, la desarrollará en «Si tuviera un sólo sermón que predicar» (artículo contenido en El hombre común y en Correr tras el propio sombrero). Por otro, este argumento a muchos les sonará porque Primo Levi lo popularizó para contestar a quienes comparaban los horrores de los campos de concentración nazis —sus autores eran «buenos» nazis— y los de los campos comunistas —sus autores eran «malos» comunistas—.
He puesto algunas frases de este libro en la nota Ley de la tranquilidad necesaria.
G. K. Chesterton. Irish Impresions, 1919. Edición en castellano, titulada Impresiones irlandesas, en Madrid: More ediciones, 2017; 190 pp.; trad. de Álvaro Gutiérrez; prólogo de Dermot Quinn; ISBN: 978-8494320729; [vista de esta edición en amazon.es]. Otra edición titulada Impresiones de Irlanda, en Sevilla: Renacimiento, 2017; 201 pp.; trad. de Victoria León; prólogo de Antonio Rivero Taravillo; ISBN: 978-84-16981-80-9; [vista de esta edición en amazon.es].
Las frases de Joseph Roth están tomadas de su carta a Renno Reifenberg del 22 de abril de 1926, contenida en Cartas (1911-1939) (Briefe 1911-1939, 1970). Barcelona: Acantilado, 2009; 686 pp.; edición y notas de Hermann Kesten; trad. de Eduardo Gil Bera; ISBN: 978-84-96834-85-9.
El comentario de Primo Levi en relación a la diferencia entre los horrores comunistas y los horrores nazis está en Primo Levi en diálogo con Ferdinando Camon. Madrid: Anaya & Mario Muchnik, 1995; 134 pp.; col. Europeos sin fronteras; trad. de Celia Filipetto; ISBN: 84-7979-098-9.