Si los políticos que tenemos cursasen Educación para la Ciudadanía se les podría poner como tarea todos los años que, a la vuelta del verano, leyesen Antígona, de Sófocles. Como es sabido, en ella se plantea el conflicto que se produce cuando las normas del Estado intentan pasar por encima de otros deberes anteriores, en ese caso de piedad familiar. Su argumento se centra en la desobediencia de Antígona contra su tío y suegro Creonte, rey de Tebas, cuando da sepultura a su hermano Polinices, que se había rebelado contra Tebas y que había fallecido en un enfrentamiento con su otro hermano Eteocles. Y su núcleo está en un diálogo en el cual, cuando Creonte se sorprende de que Antígona se hubiese atrevido a transgredir el edicto que prohibía enterrar al muerto, Antígona le replica que tal ley no fue dictada ni por Zeus ni por la Justicia y que hay leyes superiores: «Esas leyes divinas no están vigentes, ni por lo más remoto, solo desde hoy ni desde ayer, sino permanentemente y en toda ocasión, y no hay quien sepa en qué fecha aparecieron». Y le dice también: «Por lo que a ti respecta, si mantienes la idea de que ahora me estoy comportando estúpidamente, casi puede afirmarse que es un estúpido aquel ante quien he incurrido en estupidez».
Sófocles. Antígona (442 a.C.). En Obras completas de Esquilo, Sófocles y Eurípides. Madrid: Cátedra, 2004; página 521 a 565 de 1563 pp.; col. Bibliotheca Aurea; ISBN: 84-376-2169-0.