Como el repaso a El arte de la prudencia, de Gracián, también me resultó refrescante volver a leer este verano los Pensamientos de Pascal.
En unos casos, por reconocer frases mil veces leídas: «el hombre no es más que una caña, la más débil de la naturaleza, pero una caña pensante»; «el corazón tiene razones que la razón no conoce; uno lo advierte en mil cosas».
En otros, por ver qué aplicables parecen algunas consideraciones a nuestro momento histórico: «Corremos sin temor hacia el precipicio después de haber colocado delante de nosotros alguna cosa que nos impida verlo»; «es necesario pues, unir la justicia y la fuerza, y para ello hacer que lo que es justo sea fuerte o lo que es fuerte sea justo».
En otros, por comprender de nuevo que tantas veces «se ama más la caza que la presa» o que no «buscamos las cosas, sino la búsqueda de las cosas»; y, en particular, que «hay la suficiente luz para quienes desean ver, y suficiente oscuridad para quienes tienen una disposición contraria».
Y entre bastantes más cosas, claro, por caer en la cuenta una vez más en la importancia de intentar «pensar bien: he aquí el principio de la moral».
Blaise Pascal. Pensamientos (Pensés, 1659). Madrid: Cátedra, 1998; 392 pp.; col. Letras universales; edición y traducción de Mario Parajón; ISBN: 84-376-1608-5.