La recién reeditada Perros perdidos sin collar, de Gilbert Cesbron, fue una novela que tuvo un gran éxito en los años cincuenta y sesenta: vendió varios millones de ejemplares.
Ambientada en la Francia posterior a la segunda Guerra Mundial, presenta las vidas de unos niños huérfanos, o pertenecientes a familias que viven en condiciones miserables, a veces delincuentes, y de las personas que los tutelan: jueces, médicos, policías, asistentes sociales, cuidadores de los orfanatos. Los principales protagonistas, aunque son muchos los personajes, son un niño huérfano llamado Alain Robert, un chico algo mayor llamado Marco Forgeot al que mandan a vivir lejos de sus padres, y, entre todos los adultos, el juez Lamy del Tribunal de Menores.
La narración es una sucesión de incidentes e interrogatorios: envío de Alain y de Marco a un correccional en Terneray; sucesos de distinto tipo allí; escapadas de algunos por varias razones; escenas en las se nos dan a conocer los mundos interiores de los chicos; conversaciones de toda clase entre unos y otros. Se ponen de manifiesto las preocupaciones de los adultos que tratan con esos niños: se mueven con espíritu cristiano, tienen grandes deseos de ayudarles, una fuerte conciencia de lo poco que pueden hacer y de la importancia de lo que hacen. Afrontan sus deberes con abnegación ejemplar y espíritu dolorido: así, del inspector Marcelo se nos dice que «era un policía cristiano: tenía pocas posibilidades de éxito y ninguna de ser dichoso».
La novela está bien escrita pero no será fácil de leer para todos: el realismo periodístico con el que se describen los ambientes y la misma crudeza de los hechos contribuyen a que todo suene antiguo; el relato no tiene un hilo que tire del lector y está centrado no tanto en lo que ocurre como en los sufrimientos de todos; el tono enfático con el que se subrayan algunas cosas también puede alejar a otros lectores. Sin embargo, es una novela poderosa, de las que dejan una fuerte impresión de sinceridad y honradez, de las que se ve que han sido construidas para conmover pero sin falsas trampas emocionales; también queda claro que el autor procura ser ecuánime a la hora de hablar del sufrimiento de los más pobres y a la hora de combatir las actitudes de superioridad de los que no tienen problemas y se consideran autorizados a juzgar a los otros.
El juez Lamy, al final, resume su modo de actuar en algunos consejos que transmite a quien le sustituirá en el Tribunal de Menores: «Juzgue usted siempre al niño por lo que es y no por lo que ha hecho»; «tenga usted paciencia para resolver los casos uno por uno»; «dé la sensación siempre de mirar por el niño: ¡respete hasta su vanidad! ¡Siente tal necesidad de crecer! Y no se crece sin romper la cáscara. No diga usted nunca: ¡Éste merece salvarse…! Todos tienen derecho a ello; ¡y usted tiene el deber de salvarlos a todos, uno por uno…! ¡Hacen el mal, pero sueñan con el bien… esté usted seguro!».
Gilbert Cesbron. Perros perdidos sin collar (Chiens perdus sans collier, 1953). Madrid: Encuentro, 2015; 293 pp.; col. Literatura; trad. de María Barbeito y Cerviño; ISBN: 978-84-9055-078-6. [Vista del libro en amazon.es]