Escucho en la radio a Phil Collins una canción que habla de los dolorosos sentimientos posdivorcio, como subraya la entusiasta locutora poniendo voz de pena. Y recuerdo, no por primera vez, el excelente prólogo de Henry James a Lo que Maisie sabía, donde reflexiona sinuosamente sobre cómo tratar novelescamente la situación de un niño cuyos padres se divorcian. Allí habla James de cómo su «interesante pequeño mortal» vive «con toda intensidad y perplejidad y felicidad en su pequeño mundo terriblemente enrarecido: uniendo a personas que, como poco, obrarían con mayor corrección permaneciendo separadas; desuniendo a personas que, como poco, obrarían con mayor corrección permaneciendo juntas; adquiriendo madurez, hasta cierto grado, al precio de la infracción de muchas convenciones y decoros, inclusive decencias; manteniendo de veras encendida la antorcha de la virtud en un ambiente infinitamente proclive a apagarla». En fin, termina James su larguísimo párrafo, «extrayendo de entre el hedor a egoísmo cierta excéntrica fragancia a ideal, esparciendo en un erial yermo, por medio de su sola presencia, la semilla de la vida moral».
Lo que Maisie sabía
21 octubre, 2006