El antólogo (y 2)

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En el libro de Nicholson Baker que cité días atrás hay consideraciones acerca de la poesía que me han gustado.

Una, cuando el narrador señala que unos versos de Edward Lear «fueron los primeros que me dieron el escalofrío, el temblor, la afligida alegría de la verdadera poesía, el sentimiento de que algo no estaba bien pero que estaba bien que no estuviera bien. En realidad era mejor que si hubiera estado bien».

Otra, cuando un amigo le dice que, para la antología que debe prologar, le sugiere, no sin ironía: «Cuéntale a la gente la razón por la que existe la rima. Dales una buena e imaginativa explicación neurobiológica. La gente adora las explicaciones neurobiológicas imaginativas».

Luego, cuando apunta que «el conocimiento que dan las antologías no es verdadero conocimiento. Tiene uno que leer los poemas que no han sido escogidos para comprender los que lo han sido».

Es graciosa, y a la vez interesante, la razón que da para explicar por qué le gustan tanto los libros de poesía: la de «sea cual sea el sitio por donde los abras, caes en un principio. Si abro una biografía, o unas memorias, o una novela por en medio, que es lo que suelo hacer, caigo verdaderamente en el medio. Pero lo que quiero es estar lo más posible al principio. Y eso es lo que me da la poesía. Muchos, muchos principios. Ese sentimiento de ponerse en marcha».

Una quinta frase: «¿Qué significa ser un gran poeta? Significa que has escrito uno o dos poemas geniales. O partes geniales de poemas. No significa nada más. No intenten imaginarse el desperdicio o les alarmará su magnitud».

Y quien desee leer más, aquí tiene una selección mejor.

Nicholson Baker. El antólogo (The Anthologist, 2009). Barcelona: Duomo ediciones, 2010; 228 pp.; trad. de Ramón García; ISBN 13: 978-84-92723-51-5.

 

20 noviembre, 2011
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