El caballero de El Dorado, del escritor colombiano Germán Arciniegas, es una rica semblanza literaria de la vida y personalidad asombrosas de Gonzalo Jiménez de Quesada, el fundador de Nueva Granada, hoy Colombia. Es una descripción magnífica —sin duda imaginativa y algo barroca, pero bien apoyada en los documentos conocidos— de los ambientes y las gentes de la conquista y después, pasadas unas décadas, de los primeros pasos de la vida en la colonia, cuando Quesada, después de un tiempo en Europa, tiene un talante muy distinto, un poco de caballero andante…
Puede dar una idea del lenguaje y del estilo un párrafo sobre un momento crítico de una expedición frustrante. Indica el narrador cómo Quesada, «mirando en torno solo encuentra ojos que denuncian la fatiga y la fiebre; soldados de barba inmunda y revueltos cabellos, que con trajes desgarrados parecen una corte de mendigos azarosos; ilusos de ayer que han perdido la esperanza; compañeros leales que primero tuvieron fe en El Dorado y ahora, ya en derrota, melancólicos, la ponen en Dios y en Santa María».
El autor, aparte de contar las andanzas de su héroe, habla también de sus familiares, de otros dos Quesadas del siglo XVI: de Gaspar Quesada, «que sale de Andalucía en la expedición de Magallanes justamente cuando Gonzalo tendría veinte años» y que fue uno de los que se rebelaron contra Magallanes; de Alonso Quesada, «que saldrá de la Mancha muerto ya Gonzalo», cuya vida, conjetura el autor, «la escribirá un letrado que, si no consigue embarcarse con rumbo a América, no habrá de ser por falta de voluntad. Este letrado será don Miguel de Cervantes».
Al paso, el narrador se refiere a contemporáneos de Gonzalo Quesada y, por ejemplo, compara los comportamientos de los reyes indígenas ante la sed de oro de los españoles: en México, Moctezuma y Cuauhtemotzin ante Cortés; en Perú, Atahualpa frente a Pizarro; Caupolicán en Chile y Sacresaxigua frente a Quesada. Al final, dirá que «ningún conquistador pasó los trabajos que Quesada pasó. Ninguno fue tan duramente mordido por el desencanto y las tristezas. Ninguno murió más pobremente, ni más viejo y sufrido, a la sombra de tejas que no fueron suyas. Pero ¿qué significan todas estas vanidades? Gonzalo dijo: “Espero la resurrección de los muertos”. Y su epitafio está cumplido. Reverdece su vida en la de Don Quijote, que nunca habrá de marchitarse».
Germán Arciniegas. El caballero de El Dorado (1969). Madrid: Ediciones de la Revista de Occidente, 1969; 244 pp.; col. Cimas de América.