Señala Maryanne Wolf en el libro citado días atrás que Sócrates fue un vigoroso detractor de la palabra escrita frente a la cultura oral a la que pertenecía. «En primer lugar, Sócrates postulaba que la lengua hablada y la escrita desempeñaban un papel diferente en la vida intelectual del sujeto; en segundo lugar, consideraba que las nuevas —y mucho menos rigurosas— exigencias de la lengua escrita colocaban tanto a la memoria como a la interiorización del conocimiento en una situación catastrófica y, por último, propugnaba con vehemencia el papel exclusivo de la lengua hablada en el desarrollo de la moralidad y la virtud sociales». Su preocupación por los riesgos que había en el paso de una cultura oral a una literaria, sobre todo para los jóvenes, tiene un cierto parecido con la inquietud de muchos por la transición actual de una cultura escrita a otra visual y digital. En última instancia, las preguntas que se planteaba Sócrates sobre la juventud ateniense son aplicables a nuestra situación: «¿La información sin orientación creará una falsa ilusión de conocimiento y, por consiguiente, restringirá los procesos de pensamiento más cruciales, lentos y difíciles que conducen al verdadero conocimiento en sí? ¿El acceso inmediato a la información obtenida con un motor de búsqueda y la cantidad ingente de datos a nuestro alcance, atrofiarán los procesos más lentos y deliberativos con los que ahondamos en nuestra comprensión de los conceptos complejos, en la manera de pensar de los demás y en nuestra propia experiencia?».
Maryanne Wolf. Cómo aprendemos a leer: historia y ciencia del cerebro y la lectura (Proust and the Squid, 2007). Barcelona: Ediciones B, 2008; 335 pp.; trad. de Martín Rodríguez-Courel; ISBN: 978-84-666-3835-7. [Vista del libro en amazon.es]