Una cierta idea de mundo, de Alessandro Baricco, es un libro con reseñas o comentarios a libros que gustaron al autor: «Un día se me ocurrió la idea de que si me ponía a hablar de ellos, de uno en uno, solo de los buenos, sin hacer nada más que eso, se me ocurrió que de ahí podía surgir una cierta idea de mundo», la suya. Entre otros, anoté estos comentarios:
A El oso, de Faulkner: «No es por ponerme a hacer clasificaciones, pero si tuviera que deshacerme de todo y quedarme solo con diez libros que releer el resto de mi vida, El oso estaría entre ellos, solo para recordarme que se puede narrar también de ese modo, de ese absurdo e ilógico modo».
A propósito de las narraciones del Oeste de Elmore Leonard: «Escribir un western —siendo este un género cinematográfico por antonomasia— no es cualquier cosa, podría ser equiparable a hacer una mayonesa sin huevo (hay quien la hace). Poneos a escribir un tiroteo y entenderéis lo que quiero decir. Uno se ve obligado a decantarse más por lo introspectivo, por no decir por lo filosófico, y acaba con pistoleros que piensan muchísimo, con el riesgo que eso conlleva (si piensas mucho NO eres un pistolero, es evidente). Leonard se las ingenia con una jugada lateral que, si se quiere, es la misma que hizo grande a Sergio Leone: hacerlos pensar poco pero con movimientos lentos y hablando como Dios».
Acerca de El Gatopardo: al hablar del italiano, entendido como lengua literaria, El Gatopardo «destaca majestuosamente como una formidable lección. Incluso al más inculto de los lectores bárbaros le bastaría con abrirlo para entender que algo pasa. ¿Dónde ha ido a parar esa lengua tan refinada, exacta, opulenta, sensual, física y elegante? Cuando lees a Gadda piensas lo bueno que era, cuando lees a Calvino piensas lo escaso que eres tú, pero cuando lees El Gatopardo lo que piensas es lo hermoso que es el italiano. Nada le podrá quitar nunca a ese libro esa mágica capacidad de encarnar no ya el talento de un escritor sino el de una lengua, así como de cierta cultura literaria. Creo que esto tiene que ver con su ausencia de virtuosismo, con su naturalidad, con su normalidad. No se fuerza el lenguaje, existe solo el desarrollo de la potencialidad de un léxico resplandeciente que respeta ciertas armonías rítmicas atávicas, con el sabor de cada preciado sonido, y con la ambición de no perder por el camino ninguna posible precisión. (…)
Dicho esto, sé que El Gatopardo ayuda a recordar tres cosas: la primera, que el italiano es una lengua fantástica, con lo que estaría bien transmitirla toda cuando se escribe, o al menos no transitar demasiado por el atajo del dialecto; segundo, escribir libros es una cosa, hablar es otra, y si tuviera que explicarlo mejor diría que en la escritura literaria una lengua nacional se hace adulta, en el habla vuelve a ser niña (ambas experiencias, por cierto, fundamentales); tercero, que si al hecho de escribir libros se le suprime la ambición de habitar plenamente y de modo suntuoso una lengua —como hacen los entendidos, expertos o exploradores—, el perfil del escritor se desfigura hasta tal punto que cualquiera que sea lo suficientemente avispado y paciente será capaz de escribir un libro. Lo que (y esto espero no tener que explicarlo) no supone para nada la conquista de la cultura que uno cree».
Alessandro Baricco. Una cierta idea de mundo (Una certa idea di mondo. I migliori cinquanta libri che ho letto negli ultimi dieci anni, 2012). Barcelona: Anagrama, 2020; 200 pp.; col. Argumentos; trad. de Carmen García Beamund; ISBN: 978-8433964472. [Vista del libro en amazon.es]