Vida hogareña fue la primera de las cuatro novelas escritas, hasta la fecha, por Marilynne Robinson. Como las otras tres, escritas muchos años después y ya publicadas en castellano, esta también tiene una calidad literaria excepcional aunque sus protagonistas, tan excéntricas, no tienen igual calidez humana. Del mismo modo que aquellas, también pide un lector atento, pero más atento incluso: dice Ruthie, la narradora, que los hechos no explican nada sino que, por el contrario, son los hechos los que requieren explicaciones…, pero las suyas son más bien elusivas.
El escenario es un pueblo ficticio del Oeste llamado Fingerbone, un lugar de clima extremo con un lago cercano que atraviesa un puente por el que pasa el tren. Se deduce, de modo indirecto, que todo pasa en los años cincuenta. Ruthie empieza por contar cómo sus abuelos se instalaron en Fingerbone y el fallecimiento de su abuelo en un accidente; luego, la educación de sus tres hijas, sólo al cargo de la abuela, y su marcha lejos de casa de las tres; después, el momento en el que su madre, cuando la narradora y su hermana pequeña Lucille tienen pocos años, vuelve al pueblo para dejarlas con su abuela y suicidarse a continuación de forma trágica e inesperada.
Se podría decir que la narración comienza en ese punto: habla de sus vidas con su abuela primero y, cuando fallece, primero con dos tías abuelas y luego con su tía Sylvie, la hermana menor de su madre, una mujer bondadosa que llevaba vida de vagabunda y cuyo comportamiento es errático. Esta parte final, la convivencia de las dos chicas con su tía, la evolución de los acontecimientos cuando Lucille se distancia y los vecinos se preocupan por lo que puede ocurrirles a las niñas, es el grueso de la historia.
La extraordinaria sofisticación de la narradora —que dice de sí misma que «nunca he distinguido con facilidad entre pensar y soñar»— parece, a primera vista, incompatible con lo que conocemos de su vida. Sea como sea, es admirablemente detallista y precisa, tanto al reconstruir paisajes, escenarios y sucesos, como al explicarnos sus pensamientos y conjeturas, por ejemplo cuando habla de ella y su hermana como si fueran supervivientes de un naufragio, que se tienen que pasar la vida recogiendo restos, o como si fueran unas chicas perdidas y desorientadas en la oscuridad.
Hábilmente, las consideraciones más poéticas y de fondo aparecen cuando el lector está ya introducido en la historia y la narradora ya tiene una edad suficiente para empezar a planteárselas. El título, vida hogareña, no se refiere a lo que cualquiera podría pensar sino a cómo a todos nos configuran no tanto las presencias como las ausencias familiares. Así, la narradora señala cómo, en cualquier casa, incluso las cosas perdidas permanecen «como penas olvidadas o sueños incipientes»; y su tía Sylvie afirma que en cualquier familia sientes más la presencia de los que faltan justo cuando se han ido.
Como espera cualquiera familiarizado con la autora no faltan las referencias bíblicas, aunque son pocas y sin el gran peso que tienen en sus otras novelas. Ruthie va explicando cómo evolucionó su modo de ser hasta el punto de que su vida llegó a estar «compuesta enteramente de esperas» —de una llegada, una explicación, una disculpa…— y cómo esa costumbre de la espera «convierte cualquier momento presente en importante sólo por lo que todavía no contiene». Esto puede unirse, más adelante, con la sugerente observación de que como el primer acontecimiento de la historia es una expulsión, y el último esperamos que sea una reconciliación y un regreso, por eso es la memoria la que nos impulsa hacia delante y la profecía es como una memoria deslumbrante.
Marilynne Robinson. Vida hogareña (Housekeeping, 1980). Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2016; 217 pp.; trad. de Vicente Campos; ISBN: 978-84-15863-86-1. [Vista del libro en amazon.es]