Me recomendaron vivamente leer los libros de David Walliams, un éxito enorme, me dijeron. Cuando comenté que había dejado, a las pocas páginas, Los bocadillos de rata, porque me repugnaba, me insistieron en que los otros dos eran mejores. Así que los leí. Bien, en Los bocadillos de rata Sheila tiene como mascota una rata y un enfrentamiento a muerte con su madrastra. En La abuela gángster la familia del protagonista, Ben, sólo está pendiente de los concursos televisivos, y él acaba yendo, contra su voluntad, a pasar tiempo con su abuela. El chico del millón tiene un padre millonario, gracias a su fábrica de papel higiénico, que le da todo lo que le pide pero él, lo que desea a toda costa, es tener amigos.
Lo único que yo destacaría es que son excelentes algunos momentos que hay en los tres libros: cuando el autor enumera posibilidades del tipo «cómo colar una mascota en el cole» o qué nombres es mejor no tengas si quieres ser profesor. En algunos tramos hay ilustraciones atractivas. Abundan las páginas con gritos, y en consecuencia, tipos de letra más grandes; o páginas llenas de ¡¡¡¡¡ o de RRRR, un sistema no muy imaginativo pero útil para engordar los libros.
En libros así, algunas consideraciones serias suenan muy tontas, y más cuanto más enfática o poética intenta ser la expresión. Así, se nos dice que la abusona de la clase lo era porque a ella la maltrataban y vivía en «una gran rueda que se alimentaba de la crueldad». O, ante los deseos de ser fontanero de su nieto, la abuela le insiste: «si quieres ser fontanero, si ese es tu gran sueño, nadie puede impedírtelo, ¿comprendes? En esta vida tenemos el deber de perseguir nuestros sueños. De lo contrario, solo estaremos perdiendo el tiempo».
No hay contención alguna en el abuso del humor basto: se insiste hasta la extenuación en la suciedad, en los malos olores y en los asquerosos sabores, como si el autor se hubiese propuesto fabricar centenares de bobadas del tipo «crema de moco de tejón», «flan de calzoncillos», «curry de hormigas»… Pero, especialmente, resultan asombrosos los comportamientos no sólo de los malvados sino también de quienes se presentan como bondadosos: el tendero amigo de los protagonistas, Raj, les permite morder chocolatinas que luego envuelve de nuevo para vender; la abuela gánster le dice a su nieto que, «con los años he llegado a comprender que robar está mal» y que él también tiene que entenderlo…, pero que, bueno, si uno roba sólo para sentir las grandes emociones del robo entonces todo es estupendo.
En fin, no me sorprende, ni me preocupa, que un niño lea estos libros: sé bien que los niños no son tontos y que mucho peores son los telediarios. Y, a estas alturas, ya no me asombran los adultos que los aplauden y los compran. Pero, eso sí, no me puedo tomar en serio a esos adultos si luego me dicen que les preocupa la lectura, la formación literaria, y el nivel educativo (en todos los sentidos) de los niños…
David Walliams. Los bocadillos de rata (Ratburger, 2012). Barcelona: Montena, 2013; 299 pp.; ilust. de Tony Ross; trad. de Rita da Costa; ISBN: 978-84-9043-032-3.
La increíble historia de La abuela gánster (Gangsta Granny, 2011). Barcelona: Montena, 2013; 299 pp.; ilust. de Tony Ross; trad. de Rita da Costa; ISBN: 978-84-9043-033-0.
La increíble historia de El chico del millón (Billionaire Boy, 2010). Barcelona: Montena, 2013; 298 pp.; ilust. de Tony Ross; trad. de Rita de Costa; ISBN: 978-84-9043-034-7.