Durante los últimos meses he leído Memorias de ultratumba, la enorme obra póstuma de François-René de Chateaubriand. Esperaba que fuera un libro casi tan satisfactorio como la Vida de Samuel Johnson, y por momentos lo ha sido —algunos capítulos literarios, muchos donde trata sobre la Revolución Francesa, bastantes de los que comenta la figura de Napoleón, los que son como retratos de sus contemporáneos y en especial el de Talleyrand, los que resumen al final su visión de las cosas…—, pero me han resultado excesivas la cantidad de cartas que se reproducen y la multitud de menudencias de la vida política de la época que se cuentan sobre todo en la tercera parte. Tampoco la lectura ha sigo fluida: dejando de lado que algunos tramos los he pasado demasiado rápido, he advertido algunas erratas y deficiencias de traducción que siempre deslucen un libro así.
En cualquier caso, es cierto que unas memorias muestran «el revés de los acontecimientos que la Historia no muestra; la Historia no expone más que el derecho»; unas memorias, dice Chateaubriand, «pintan mejor la Humanidad completa al exponer, como las tragedias de Shakespeare, las escenas altas y bajas». En otro orden, es ilustrativo asistir a un desfile tan bien presentado de gobernantes bufones, políticos ignorantes, aristócratas vanos y otros personajes, a los que su autor retrata, no sé si siempre con justicia pero sí de modo inteligente: por ejemplo, de La Fayette dice que «avanzaba sin caerse en los precipicios, no porque los viese, sino porque no los veía; en él la ceguera hacía las veces del genio: todo cuanto es inamovible es fatal y lo que es fatal es poderoso».
Luego, uno encuentra de todo. Hay momentos de nostalgia: «Cuando uno repasa o escucha hablar de su vida pasada, cree ver en un mar desierto la estela de un barco que ha desaparecido; cree oír los tañidos fúnebres de una campana cuya vieja torre no se acierta a ver». Los hay de balance: «Nada, pues, más vano que la gloria más allá de la tumba, a menos que haya dado vida a la amistad, que haya sido útil para la virtud, compasiva para la desgracia y que nos sea dado disfrutar en el cielo de una idea consoladora, generosa, liberadora, dejada por nosotros en la tierra». Hay reacciones de desengaño: «Toda mentira repetida se convierte en una verdad: imposible no sentir un desprecio absoluto por las opiniones humanas». Hay buen humor: «¡Ojalá hubiera sido yo el contemporáneo de ciertas criaturas privilegiadas por las que me siendo atraído en los diversos siglos! Pero habría tenido que resucitar demasiado a menudo». Hay contradicciones entre lo que se afirma y el mismo trabajo que se ha tomado el autor para escribir sus libros: «Mi defecto capital es el hastío, el desagrado de todo, la duda perpetua. (…) Después de todo, ¿hay algo hoy en día por lo que valga la pena levantarse de la cama? Se duerme uno con el ruido de los reinos que caen por la noche, y que se barren cada mañana delante de la puerta».
François-René de Chateaubriand. Memorias de ultratumba (Mémories d’outre tombe, 1848). Barcelona: El Acantilado, 2004; dos volúmenes, 2723 pp.; presentación de Marc Fumaroli, prólogo de Jean-Claude Berchet, trad. de José Monreal Salvador, ISBN 10: 84-96136-85-X y 84-96136-86-8.